domingo, 14 de julio de 2013

Politeia - La influencia de la formación militar de Francisco de Miranda en su actuación político-militar en Venezuela (1811-1812)

Politeia - La influencia de la formación militar de Francisco de Miranda en su actuación político-militar en Venezuela (1811-1812)

Politeia

versión impresa ISSN 0303-9757

Politeia v.30 n.38 Caracas jun. 2007

 

La influencia de la formación militar de Francisco de Miranda en su actuación político-militar en Venezuela (1811-1812)
Influence of Francisco de Miranda’s military background on his political and military actions in Venezuela (1811-1812)
Fernando Falcón
Introducción
El pensamiento político está dotado de una lógica interna mediante la cual la toma de partido por determinadas premisas induce a la adopción de conclusiones congruentes con aquéllas y/o viceversa. En este sentido, es indubitable la relación entre determinadas premisas políticas y sus respectivas conclusiones de carácter militar, cuando se trata de hacer frente a problemas tales como la supervivencia del Estado, las relaciones internacionales, la violencia política y la guerra.
En todo pensamiento político subyace una determinada concepción de la violencia política y de la guerra como su forma más extrema. De igual manera, en todos los niveles del pensamiento militar subyace una determinada idea de la política, fundamentalmente aquella que relaciona la misma con el conflicto (Liddell-Hart,1932). Para la época de formación y actuación de Francisco de Miranda, la estructura de defensa de un Estado, de conformidad con las lecturas ilustradas de finales del siglo XVIII, se desarrollaba como corolario a la organización del Estado. En efecto, Paul Du Chastelet en su Politique militaire ou traite de la guerre (1756) abordaba el problema de la guerra y sus formas en dependencia directa con la estructura del Estado. Henry Lloyd (1777), glosando a Montesquieu en el área militar, establecería las relaciones existentes entre formas políticas y la teoría de la guerra en suFilosofía de la guerra. Guibert en el Essai generale de tactique (1772) plantearía la cuestión en términos que implicaban la necesaria transformación del Estado para llevar a cabo una transformación radical en el Ejército y la Armada.
Del mismo modo, como lo ha demostrado J.A. Pocock (1985) en el campo de la historia intelectual, todo texto de carácter militar puede concebirse como inmerso en un paradigma que crea contextos de significado a las palabras (1985:1-26). La adopción de determinado modelo militar, ya sea político-estratégico, táctico-operacional u organizativo implica en sí mismo un paradigma dentro del cual se mueven los ejércitos y como tal condiciona el pensamiento y el lenguaje. (Fuller, 1979; Boudet, 1967). Desde esa perspectiva, la historia del pensamiento político-militar puede ser definida como "una historia de cambio en el empleo de paradigmas, la exploración de paradigmas y el uso de paradigmas para explorar paradigmas" (Pocock, 1972:23). Siendo Miranda producto de una determinada formación intelectual en el campo político-militar, los aspectos más creativos y originales de su visión en dicho campo deben entenderse como una serie de reacciones y/o adaptaciones basadas en el cuerpo de creencias que heredó y a los que básicamente continuó adhiriéndose. Estas consideraciones jalonan el desarrollo del presente trabajo.
A tales efectos, el propósito de esta contribución es analizar la trayectoria militar de Francisco de Miranda entre 1811 y 1812, fechas de su actuación militar en Venezuela durante la llamada "Primera República". Para el logro de este objetivo dividiremos la presente ponencia en tres partes: en la primera presentaremos el ambiente intelectual militar en que se desarrolla la carrera militar de Francisco de Miranda y los cambios y tendencias prevalecientes en la actividad castrense durante esa época. Una segunda parte estará destinada a describir y analizar la formación y la actuación militar de Miranda, y la tercera parte estará destinada a explicar los factores que incidieron en su actuación pública en Venezuela durante la Primera República. Finalmente, enuncio las conclusiones correspondientes.
La formación militar de Francisco de Miranda en el campo de la práctica, con anterioridad a su actuación militar en Venezuela, puede circunscribirse a tres grandes momentos previos: su proceso de inicio en la vida militar, su experiencia en la Guerra de Independencia de Estados Unidos, y su actuación militar como comandante de Grandes Unidades de Combate durante las guerras de la Revolución Francesa.
La formación militar de Miranda se inicia con un acontecimiento que si hoy pudiera parecernos desusado, no era tal cosa en la Europa del siglo XVIII. Para la época, la formación normal militar empezaba a temprana edad, entre los 10 y los 16 años, mediante el servicio como cadete en una unidad de Infantería o caballería durante un lapso entre año y medio y dos años, luego de los cuales se ascendía a subteniente o alférez. Para el caso de las llamadas armas facultativas (Artillería e Ingeniería), los cadetes estudiaban dos años en institutos especiales de formación (en España, el de Segovia), los cuales dieron origen a las modernas academias militares. Debe notarse, entonces, que Miranda careció de ese tipo de formación básica.
El futuro precursor compraría en la Corte su grado de Capitán en el Regimiento de Infantería de La Princesa y como tal iniciaría sus actividades militares en las posesiones españolas del norte de África. Participa luego en la defensa de Melilla (1774-1775) contra las fuerzas del Sultán de Marruecos y en la expedición española contra Argel (1775). Allí combatirá contra un enemigo inusual para la época, que cree en el sacrificio de la propia persona en interés de la causa mayor, la religión, y allí asimismo dará la primera prueba de su independencia de criterio, al presentar a sus superiores jerárquicos un plan para romper el sitio que sufrían las tropas españolas y batir al enemigo a campo raso. Esta iniciativa, así como las críticas que expresó sobre la conducción de la expedición a Argel, le granjearon la malquerencia de algunos superiores, en especial del propio comandante de dicha expedición, el mismísimo Conde de O’Reilly.
La mayoría de los biógrafos de Miranda, por no decir todos, se limitan a relatar este incidente como muestra de la gran cantidad de vicisitudes por las que hubo de pasar el futuro precursor. No obstante, nos resulta necesario referirnos a las características del hombre a quien se enfrentó Miranda durante esa época. Alejandro O’Reilly, irlandés al servicio de España, inició el proceso de adaptación de las enseñanzas de las últimas guerras europeas al carácter, idiosincrasia y organización del Ejército de Carlos III. O’Reilly, luego de estudiar convenientemente las organizaciones militares prevalecientes en Austria, Prusia y Francia, recomendó la adopción de la táctica prusiana, lo que implicaba una modificación en la estructura regimental adoptada por Felipe V, para sustituir el antiguo Tercio.
En 1764 finaliza la misión reformadora de O’Reilly, mediante el establecimiento de un sistema de Unidades de Milicia de Infantería, Caballería y Dragones y la promulgación del Reglamento de Milicias de la Isla de Cuba, del 15 de junio de 1764, en donde se dictan las pautas del primer modelo reformista llevado a cabo en territorio americano en materia militar, modelo que se extenderá paulatinamente en el mismo. En 1765 es adoptado en Puerto Rico, hacia 1768 en Venezuela y en el decenio posterior a 1770 en Louisiana, Florida, Nueva Granada, Perú, Quito, Guayaquil, Buenos Aires, Santiago y Paraguay. Es considerado el artífice de la modernización militar llevada a cabo por Carlos III. Tal era la influencia y el hombre con el que se malquistase Miranda.
Un poco después, ya transferido a una nueva unidad táctica, la cual es enviada a La Habana, le permitirá en 1781 acompañar a las tropas españolas que refuerzan el sitio puesto por el general Bernardo de Gálvez a la plaza de Pensacola, ocupada por los ingleses en la Florida occidental. Pese a que su conducta en la toma y capitulación de esa Plaza Fuerte en mayo de 1781 le vale ser ascendido a teniente coronel, el elemento más importante de esa etapa de su formación es el contacto con la nueva forma de hacer la guerra que comenzaba a vislumbrarse hacia el futuro, la guerra hecha por ciudadanos armados contra ejércitos profesionales organizados, en la cual estos últimos saldrían ignominiosamente derrotados. En efecto, las victorias de Saratoga, Yorktown y Pensacola abrirán un camino que más adelante vería Miranda repetirse en el continente europeo.
Su experiencia en Francia será mucho más esclarecedora para comprender el pensamiento militar mirandino. Poco después de ingresar como Mariscal de Campo (general de división) al servicio de la Revolución Francesa, Miranda será actor y testigo de una de las batallas más decisivas del hemisferio occidental, por cuanto traza, sin dudas, la línea divisoria, desde el punto de vista práctico de las dos grandes tendencias teóricas en pugna desde mediados del siglo XVIII ( Wanty, 1967; Schnneider, 1964; Parra-Pérez, 1966). Me refiero a la batalla, o duelo artillero como algunos le llaman, que ocurriría en las cercanías de la población de Valmy (en la frontera franco-belga actual) el 20 de septiembre de 1792.
En este hecho de armas, donde a Miranda le corresponde comandar las tropas del ala derecha, se presentarán ante sus ojos dos acontecimientos de naturaleza insólita que contrastaban con el corpus de su formación militar. En primer lugar, que un ejército sin uniformes, disciplina, carentes de instrucción táctica y mal armados pudiesen derrotar a la máquina militar más letal de Europa, el ejército prusiano, formado bajo el molde de Federico II. No sería Miranda el único testigo notable de este hecho. Junto a él, comandando unidades de tamaño compañía, batallón y brigada se hallaban Jourdan, Lecourde, Oudinot, Victor, Mc Donald, Davout, Saint Cyr, Mortier, Soult, Leclerc, Lannes, Massena, Berthier (quien estuvo en Venezuela en 1783), Suchet, La Harpe, Bessières y Kellermann, todos ellos futuros mariscales de Napoleón (Fuller, 1979:II, 395).
Pero el segundo hecho notorio, tanto de la acción en sí de Valmy como de las parciales y preparatorias acciones de Morthomme y de Briquenay, lo constituían la indisciplina y niveles alarmantes de deserción de las tropas que comandaba, situación sólo corregida por Miranda debido a su energía y carácter como comandante de tropas (Jomini, 1818:7; Fuller, 1979).
Esta situación se repetiría a lo largo de su carrera militar al servicio de Francia. En efecto, en las batallas campales en que Miranda tuvo participación directa, tanto la deserción como la desbandada y desorden de las tropas ante los primeros ataques del enemigo, ocasionaron situaciones de derrota o retirada en Maastrich (donde se vio obligado a levantar el sitio) y Neerwinden, donde la dispersión de las tropas francesas ocasionara la ruptura de la línea y con ello la derrota general.
En cambio, en aquellas ocasiones en las que Miranda deba comandar sitios a fortalezas y ciudades aplicando todas las reglas del arte militar prerrevolucionario, como su vieja experiencia de Pensacola o el exitoso sitio de Amberes, la victoria siempre estará de su lado. De modo que la guerra de fortificaciones y los sitios en regla se convertirán para Miranda en la forma más conveniente de hacer la guerra debido, en primer lugar, a su formación teórica y, en segundo lugar, porque de su experiencia francesa recibiría pruebas incontestables ad nauseam, que el arte militar preconizado por Lloyd y Guibert y puesto en práctica por el ejército de la revolución conllevaba en sí mismo el germen de la indisciplina y la anarquía. Así, para diciembre de 1810, fecha de su retorno a Venezuela, sus convicciones y formación sobre ese particular estarían lo suficientemente cimentadas como para determinar su actuación militar durante la llamada Primera República.
La actuación militar de Miranda en Venezuela
Al proclamarse la Independencia en julio de 1811, casi inmediatamente se produce la insurrección de Valencia, que en primera instancia el gobierno de la Confederación pretende combatir sólo con tropas de milicias de la zona (Caracas y valles de Aragua) al mando de los hermanos Rodríguez del Toro, Francisco como Comandante titular y Fernando en su condición de Inspector de Milicias de la provincia.
De conformidad con la organización adoptada, por otra parte muy similar a la adoptada en la expedición a Coro unos meses atrás, la expedición a Valencia pretendía que la sola presencia de las tropas de la Confederación causaría el arrepentimiento y sumisión de los insurrectos. El resultado fue la adopción por parte de los insurrectos de una defensa de reductos dentro de los límites de la ciudad y cubriendo las principales vías de aproximación, lo que terminó paralizando la ofensiva de la Confederación, ocasionando el reemplazo del Marqués del Toro por Francisco de Miranda en el comando de las tropas (Baralt, 1939:I, 112-126).
Al reemprender la ofensiva sobre Valencia, el ejército al mando de Miranda adopta para el logro de sus objetivos las reglas del asedio a la Plaza y la toma de sitios o reductos de manera paulatina a fin de forzar al enemigo a capitular, es decir, una maniobra típica del pensamiento militar anterior a 1760 (Vauban, 1740; Nicolás de Castro, 1760/1953).
El resultado de las disposiciones tácticas de Miranda fue la prolongación del sitio durante más de quince días sin obtener resultados positivos, por lo que no le quedó al futuro Generalísimo otro expediente, previa celebración de una Junta de Guerra, que ordenar un muy "republicano y revolucionario" asalto a la bayoneta sobre las posiciones fortificadas de los insurrectos. El ataque, si bien exitoso, ocasionó que más de la cuarta parte del ejército de la Confederación resultase muerto o herido, estimándose entre 500 y 700 muertos y entre 700 y 1.500 heridos sobre una base total de 5.000 hombres, que conformaban el Ejército Expedicionario (Baralt, 1939:90-92).
El nombramiento de Miranda como Generalísimo, por defección del Marqués del Toro, quien rechazó la designación en abril de 1812, y las sucesivas disposiciones que en materia militar hizo ejecutar, no hicieron más que profundizar la brecha existente entre las dos formas de conducir la guerra, la tradicional, encarnada por Miranda, y la moderna a la que se acogían la mayoría de los comandantes de unidades que servían a sus órdenes.
En efecto, cuando revisamos la formación intelectual de la época y disponible a la mayoría de los comandantes de unidades tácticas (batallones y escuadrones) del ejército de línea o las milicias de la Confederación en el campo militar, observamos que la mayoría de sus lecturas se referían al período comprendido entre Federico II y la Revolución Francesa, es decir, la época de Guibert y Lloyd, mientras que las lecturas de Miranda pudiéramos ubicarlas en el período anterior, es decir, el comprendido entre los escritos de Montecuccoli y Federico II. Sin que esto implique la adscripción estricta a determinada concepción en el campo militar, el tipo de lectura nos permite analizar la formación de una persona en determinado campo del conocimiento humano.
Así, al analizar la formación de Miranda encontramos que cuanto más se discutía en relación con los sistemas modernos de ataque y defensa, según uno de sus contemporáneos, el precursor, "tanto más se encontraba en oposición con el género de nuestros generales modernos que ganaban batallas y tomaban ciudades separándose de las reglas con las cuales los Turenne, los Condé, los Catinat y tantos héroes franceses y extranjeros habían sabido encadenar la fortuna y asegurar la victoria... Creo que Miranda no habría consentido en ganar una batalla, en tomar una ciudad contra las reglas del arte..." (Champagneaux, s.d.:494). En otras palabras, para Miranda, el arte de la guerra tal como se llevaba a cabo desde 1792, no sólo era ineficaz, sino que conllevaba el germen de la anarquía y la indisciplina. Para los oficiales de la Confederación, en especial a los pertenecientes a la llamada Sociedad Patriótica de tendencia jacobina, el arte militar posguibertiano era el más a propósito para desarrollar las virtudes del republicanismo revolucionario (Serviez, 1832:13-24).
Tales desavenencias, entonces, más allá de lo personal, estaban directamente relacionadas con dos concepciones de la guerra en pugna, tanto desde el punto de vista teórico como en relación con su aplicación práctica en los campos de batalla no sólo en Venezuela, sino también en la Europa de entonces. Mal podían oficiales como Bolívar, Montilla, Ribas, Chatillón, Mc Gregor o Du Caylá, formados intelectualmente bajo Saxe, Guibert y Lloyd, estar de acuerdo con su General, que hacía instruir a los reclutas a la prusiana y recomendaba a los oficiales que leyeran Montecuccoli, Vauban, Feuquieres y Du Puget (Mancini, 1910:377).
De allí, del conflicto entre esos dos modos de vida militares partirán las desavenencias que a posteriori lograrán que el papel de Miranda como jefe militar en Venezuela termine siendo objeto de las mayores polémicas historiográficas.
Distintas razones se han esgrimido para explicar las causas del fracaso de Miranda en el plano militar durante el ejercicio de sus funciones de Generalísimo en la Primera República.
Miranda asume el mando del ejército el 1º de mayo de 1812 y emprende la marcha hacia la zona de operaciones, Valencia y valles de Aragua, enviando destacamentos de avanzada sobre San Juan de los Morros, San Carlos y San Felipe, probables vías de aproximación del enemigo. La organización adoptada por el ejército consistía en dos batallones de infantería de línea (de los tres del ejército veterano aprobado por el Plan de Organización de septiembre de 1810), los tres batallones de milicias de blancos de Caracas, los tres batallones de milicias de los pueblos circunvecinos (El Hatillo, El Valle y Petare) (Falcón, 2006:128-132), un batallón de Zapadores ( Ingenieros de Combate), otro de artillería, dos escuadrones de caballería, una representación de los agricultores de Caracas, organizados en una compañía de infantería y un escuadrón de caballería. Completaba la organización un grupo de extranjeros, mayormente franceses e ingleses, agrupados en una unidad independiente de tamaño inferior a la compañía. En otras palabras, Miranda se hace cargo de un ejército de, aproximadamente, 6.000 hombres, el más grande que hubiese operado para la fecha en el territorio de la antigua Capitanía General. (Para el cálculo del número de efectivos del ejército de la dictadura de Miranda, nos basamos en el Plan de Organización de 1810, a razón de 500 hombres para cada batallón de infantería y 150 hombres por escuadrón de caballería. El Batallón de Zapadores lo calculamos como medio batallón de infantería y las unidades de artillería a razón de ocho individuos por pieza.)
Aunque no se dispone de documentación militar sobre los acontecimientos del período, es posible reconstruir el concepto central de la operación militar. Debido a que Monteverde avanzaba hacia el corazón de la provincia de Caracas, con un ejército constituido principalmente por tropas colecticias y cuya base fundamental de combate tenía que basarse en el choque, debido a la falta de municiones y de tiempo para la instrucción del personal, Miranda establece una línea de operaciones destinada a la creación de líneas de fortificación que pudiesen detener la ofensiva enemiga, a fin de desgastar a las tropas de Coro y pasar luego a la contraofensiva destruyendo al adversario impedido de recibir refuerzos por su lejanía con la base de operaciones, todo ello muy de conformidad con los cánones de la guerra de mediados del siglo XVIII.
Para que pudiese llevarse a efecto este plan, hacía falta la posibilidad de controlar la llave de Puerto Cabello a fin de reforzar a la guarnición de Valencia, emprender operaciones ulteriores sobre la línea San Felipe-Barquisimeto-Coro o bien reforzar eventualmente cualquier avance del grueso del ejército sobre San Carlos o Barquisimeto. Así las cosas, se necesitaba en Puerto Cabello un comandante militar amigo de la ofensiva táctica y no un especialista en fortificación o defensa, lo que a nuestro modo de ver explicaría suficientemente el nombramiento de Simón Bolívar como comandante de la plaza de Puerto Cabello como una de las primeras medidas militares tomadas por Miranda (Austria, 1960:I, 298).
Las operaciones realizadas desde la aproximación a Valencia vía Caracas-Valles de Aragua-Guacara, el posterior repliegue y fortificación de La Cabrera, el establecimiento de Maracay como base de operaciones y la ulterior retirada a La Victoria, donde establecería una posición defensiva basada en artillería de alto calibre y fortificaciones de campaña, nos enseñan un Francisco de Miranda practicando el arte militar anterior a los cambios producidos por las revoluciones norteamericana y francesa, lo que en una guerra donde la opinión pública y las victorias en el campo de batalla, así como la ocupación de ciudades a fin de someter a la población a los dictados del régimen que defendía, tenía que implicar forzosamente, dada la formación intelectual militar de sus cuadros, la posibilidad de una conspiración interna para sustituir al mando principal del ejército, como en efecto ocurrió.
Es en este contexto que debe, a nuestro modo de ver, analizarse la conspiración de La Victoria para prender a Miranda y resignar el mando en una junta de jefes de batallón (Austria, 1960:I, 331-333) y el posterior arresto del precursor, luego de la Capitulación de San Mateo, por parte de oficiales descontentos y su entrega a Monteverde, lo que pone, cronológicamente hablando, punto final a la existencia de la Primera República venezolana.
Es fácil darse cuenta de que la concepción militar predominante, basada en el sistema de milicias propio de la tradición española y del lenguaje y la práctica política de la sociedad comercial, no era precisamente la más adecuada para hacer frente a los desafíos de una agresión exterior, que provenía del mismo seno de la Confederación y que, además, por la naturaleza de la estructura militar adoptada, resultaba el menos apropiado para ser adaptado a las medidas enérgicas y eficaces de una dictadura.
El fracaso del generalísimo Miranda, al ser leído desde esta óptica, presenta nuevas perspectivas. Miranda era un dictador republicano a la antigua con un ejército vertebrado en milicias a la manera de la sociedad comercial: un general que intentaba aplicar, dado su cargo, medidas a la romana en una sociedad cuyo edificio militar se calcaba en un modelo norteamericano con una tradición colonial española, utilizando para ello concepciones militares previas a la adopción de los preceptos teóricos del republicanismo militar, tanto liberal como clásico.
Conclusiones
La organización adoptada por Miranda durante su gestión como Generalísimo de la Confederación se basaba en un modelo similar a la antigua dictadura republicana, pero con un ejército vertebrado en milicias a la manera de la sociedad comercial. Esta peculiar organización trajo como consecuencia inmediata que al intentar aplicar, dado su cargo, medidas propias del republicanismo clásico en una sociedad cuyo edificio militar se calcaba en un modelo norteamericano y, además, con una tradición militar propia del antiguo régimen español, sus medidas se vieran paralizadas por la propia inoperatividad del modelo y la resistencia de los cuadros de mando, formados por las nuevas técnicas adoptadas mundialmente por los ejércitos entre 1760 y 1810.
En este sentido, el mito de Miranda como un incomprendido y sabio militar que fracasa ante la imposibilidad de hacer adoptar la disciplina europea a unas tropas colecticias y mal dirigidas, carece de veracidad y debe revisarse. Miranda, como hemos demostrado en el presente trabajo, intentó aplicar en Venezuela un pensamiento y una táctica militar que para 1812 se encontraban completamente superadas en el plano militar mundial. Paradójicamente, sus cuadros de mando estaban mejor informados sobre los cambios ocurridos en el mundo militar y ello, por supuesto, derivó en tensiones y desencuentros que terminaron paralizando la maquinaria bélica de la confederación venezolana y dieron al traste con el experimento republicano que se iniciaba en Venezuela.
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domingo, 23 de junio de 2013

denunciaprofetica.blogspot.com - Santo Tomás Moro

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Santo Tomás Moro:
Canciller y mártir

Plinio Corrêa de Oliveira
O Jornal, Rio de Janeiro, 22 de junio de 1935

En el día 6 de junio de 1535, bajo los golpes de la justicia inglesa, moría Tomás Moro, ex miembro del Parlamento Inglés, ex subcomisario de Londres, ex consejero del rey, ex canciller de Inglaterra, elevado a la categoría de hidalgo, y hecho caballero; uno de los más famosos escritores de su época, autor de una obra inmortal —la “Utopía”—y amigo cercano de Erasmo, el gran humanista del siglo XVI.

Condenado a muerte, la sentencia del tribunal determinaba que le abriesen el vientre, y le arrancasen las entrañas. Pero la “clemencia” de Enrique VIII convirtió la pena en decapitación. En el día fijado, se procedió con la ejecución. Por un momento brilló al sol del verano el arma empuñada por las manos trémulas del verdugo. La cabeza del criminal rodó por tierra. Estaba todo consumado. Él expiaba un crimen atroz —que a otros, antes como después de él, les había costado un precio aún mayor— el de ser católico.
 
Santo Tomás Moro (1478 -1535) fue canonizado por el Papa Pío IX
Su vida fue siempre un brillante ascenso, en que la gloria y el poder corrían a su encuentro, al tiempo que los despreciaba, volviendo sus ojos para otra felicidad que la inconstancia de la política y la tiranía del rey no le podían robar.

Aún joven, su alma noble se dejó atraer por el encanto místico de un monasterio benedictino, donde quiso enlistarse como soldado en la milicia sagrada del sacerdocio.

Pero la Providencia lo condujo para otros rumbos y, aunque se vio obligado a reducir el tiempo consagrado al estudio de la teología, su materia predilecta, para dar lugar a la filosofía, intervino la voluntad paterna, que lo forzó a relegar a un segundo plano estos estudios tan apreciados, para imponerle que emplease mejor su tiempo para formarse en Derecho en Oxford.

Dócil, Tomás Moro obedeció. Adquirió, en la famosa Universidad de Oxford, conocimientos jurídicos eminentes. Por esta razón, vio abrirse delante de si las puertas de la política y del Parlamento y por ellas ingresó.

En el rápido ascenso que lo condujo a los más altos cargos del gobierno, cualquier observador superficial podría imaginar que el jurista y el político habían matado definitivamente en Tomás Moro al filósofo y al teólogo, y que nada más, en el reinado de Enrique VIII, habría de perdurar del estudiante idealista de otros tiempos.

Pero fue lo contrario lo que ocurrió. Señor de extensa inteligencia, pudo formar, al par de una ciencia jurídica notable, una profunda cultura filosófica. Y sus producciones, de las cuales la más famosa fue la “Utopía”, lo colocaron en el primer plano de los escritores europeos de su tiempo, valiéndole la admiración de reyes y príncipes, y la fraternal amistad del inmortal Erasmo.

Hay, entre el político que asciende a los más altos grados de la admiración equipado de profundos conocimientos filosóficos, jurídicos y sociales, y el político que sube a las eminencias del poder como único bagaje, una pequeña cultura y una gran ambición, la misma diferencia que existe entre el médico y el curandero. El primero se orientará por la ciencia no menos de que la práctica. El segundo, procederá con un empirismo ciego, aplicando a los problemas de hoy el mismo repertorio de fórmulas que él vio “dar en resultado” en el ayer.

Tomás Moro perteneció a la primera categoría, el político no mató en él al filósofo ni al teólogo; sino que el filósofo y el teólogo gobernaron al político, iluminándole el camino, dictándole los horizontes y dirigiéndolo a la acción.

Es justamente en esta ocasión que Enrique VIII lo atrapa en lo más brillante de su carrera para imponerle el trágico dilema: o crees o mueres; o él adhiere a la herejía protestante, o incurre en la ira del rey, presagio terrible de futuras desgracias.

Es el momento crucial de su existencia. De un lado, la vida le sonríe, del otro la conciencia le indica el camino del deber. Él no duda. Entrega su determinación y se recoge a la vida privada.

Fue ahí que las iras del rey fueron a fulminarlo. Conducido a la prisión, fue sometido a diversos interrogatorios, en que el soldado de los derechos del Papado mostró una energía, una grandeza de alma, un desprendimiento digno de los mártires de las primeras eras cristianas.

Al duque de Norfolk, que le decía que “la indignación del príncipe significaba la muerte” le replicó noblemente: “¿Es sólo eso, milord? Realmente entre vuestra gracia y yo no hay sino una diferencia: es que yo moriré hoy y vuestra gracia mañana”.

Encarcelado en la Torre de Londres por un año, enfermo, privado del supremo consuelo de los sacramentos, todo conspiraba contra su constancia, inclusiva —suprema tentación— los ruegos afectuosos de su esposa y de su hija, incapaces de acompañarlo en la dolorosa grandeza del martirio. Finalmente, su familia se vio reducida a tal miseria, que tuvo que vender los trajes de corte, para pagar el alimento indispensable para que Moro no muriese de hambre en la prisión.

En los interminables interrogatorios, le salió al encuentro la perfidia de Tomás Cromwell, que procuraba, por medio de hábiles preguntas, convencerlo del crimen de alta traición. Moro, sin embargo, no se dejó enredar y, con la tranquila firmeza de un alma pura, pronunció esta frase que resume toda su defensa: “Soy fiel al rey, no hago mal a nadie, ni difamo a ninguno; si esto no es suficiente para salvar la vida de un hombre, no quiero vivir por más tiempo”.

Finalmente, le quitaron los libros de piedad. Cerró, entonces, las ventanas de su cárcel y se mantuvo en la oscuridad, para meditar sobre la muerte, hasta que llegó el día en que debería beber la última gota del cáliz.

Caminó para el martirio con la naturalidad de quien cumple un deber. Y ni ahí lo abandonó aquella cordura de espíritu que tan armoniosamente se aliaba a su invencible energía. Lo mostró en dos lances extremos de indefectible humor inglés. Como estaba poco firma la escalera del cadalso, pidió al verdugo que lo ayudase a subir. “Cuando caiga, agregó jocosamente, yo me las arreglaré solo”. Después de haber abrazado al verdugo se arrodilló y le pidió tiempo para componer su barba. En tono de broma, le dijo después al verdugo: “No la cortes, ella no tiene culpa”. Oró, y entregó su gran alma a Dios.

*          *          *

En una época en que el desprestigio se va proyectando como una sombra siniestra sobre tres categorías de hombres que sirven de sostén a la sociedad —los políticos, los científicos y los militares— la Iglesia acaba de elevar a la honra de los altares a tres modelos admirables de honor y virtud, exactamente en estas tres clases. Canonizó a Juana de Arco, canonizó a San Alberto Magno y acaba de canonizar ahora a Santo Tomás Moro.

En su gesto, hay simplemente un acto de justicia para con los santos. Pero la Providencia permitió que sus procesos de canonización sólo ahora llegaran a término, para que sirviesen como una protesta a todo pulmón contra la desmoralización que hiere de lleno el prestigio de la ciencia, de la autoridad y de la espada, sin las cuales la sociedad no puede vivir.

Y fue más lejos en su reacción. No predicó apenas con ejemplos sacados del pasado. Inspirados en la doctrina de la Iglesia, se formaron en nuestra época tres grandes figuras modelares para dignificar la ciencia, restaurar el prestigio de la autoridad y reconstruir la dignidad de la espada: Contardo Ferrini, uno de los mayores cultores del derecho romano en su siglo; Foch el vencedor de la gran guerra; y finalmente Dolfuss, el canciller mártir.

Ejemplos como estos, más del que mil argumentos, pueden arrastrar a las personas a la defensa de la Iglesia y de la civilización amenazadas por los que vienen de Moscú [los comunistas], o por los neopaganos que se acuartelan en la Teutonia…

Luis Barragán, apuntística: ¿UNA BANDERA VIGENTE?

Luis Barragán, apuntística: ¿UNA BANDERA VIGENTE?

¿UNA BANDERA VIGENTE?

EL NACIONAL - Sábado 15 de Junio de 2013     Sociedad/4
"Nuestra bondad se agotó ya"
Reflexiones sobre la Proclama de Guerra a Muerte ,en la conmemoración de su bicentenario
ELÍAS PINO ITURRIETA

El documento fue publicado en Trujillo, el 15 de junio de 1813.
Se cumplen doscientos años de una decisión capaz de provocar polémicas justificadas. Se trata de una decisión insólita debido a que su autor, un joven que apenas comienza a destacar, se atreve a determinar a la fuerza los linderos del bien y del mal, la distribución de premios benevolentes y castigos severos, la división de los hombres del contorno en ángeles y demonios que se deben separar sin miramientos. Nadie se había atrevido a semejante decisión, pero un bisoño brigadier llamado Simón Bolívar la toma para que en adelante nada sea como había sido en Venezuela. De allí la trascendencia de la Proclama de Guerra a Muerte, y la necesidad de mirarla con nuevos ojos ahora, cuando el tiempo tal vez permita observaciones libres de los prejuicios habituales.
Un soldado sin fortuna Son pocos los laureles que Bolívar puede mostrar en 1813, especialmente en la parcela militar que después lo convertirá en estatua de bronce. Había llamado la atención como agitador en la Sociedad Patriótica, pero sin destacar de veras. Las armas no habían sido su fuerte, sino todo lo contrario. Jamás pudo levantar la bandera del triunfo cuando sirvió bajo las órdenes del Generalísimo. Le fue mal en la captura del convento franciscano de Valencia, fortalecido por los realistas. Después salió con las tablas en la cabeza en la defensa del castillo de Puerto Cabello, que dejó en manos del enemigo porque no pudo o no supo controlar el teatro que había quedado bajo su comando.
Tal vez conmovido por la carga del infortunio, tomó la única decisión que le salió bien: apresar a su superior para que pasara a disposición del capitán realista Domingo Monteverde. Distancia descomunal ante el héroe de entonces, conducta de la que resulta difícil ufanarse, es el único punto positivo que pudo anotar en su historial, en caso de que así le pareciera. Pero se libró de la cuchilla de los triunfadores, cuyo jefe le permitió salir hacia el extranjero.
Una revolución inesperada Antes de marcharse, tuvo tiempo de observar la única revolución que en realidad había sucedido, más contundente que la separación política anunciada el 5 de julio de 1811. Por lo menos así debió percibirla un aristócrata que se había convertido en insurgente sin imaginar lo mal que lo pasarían los de su clase.
Ahora gobernaban unos canarios cerriles. Las mansiones de las familias acomodadas habían sido invadidas por la chusma. Las damas blancas se escondían de las mesnadas de Monteverde, y de un nuevo jefe desenfrenado, José Tomás Boves, ante quienes se postraban los señoríos antiguos para clamar por su vida. Los criollos hacían cola ante mandones de mala muerte para suplicar clemencia, en medio de una humillación inimaginable. Ni siquiera el obispo o el presidente de la Audiencia eran respetados por la soldadesca, mucho menos los patiquines que en la víspera habían estrenado el gorro frigio.
En general, los historiadores no se han detenido en el examen de la calamidad que fue, para los mantuanos de 1813 y para el promotor de la Guerra a Muerte, un desplazamiento tan drástico del ejercicio de la autoridad, una patada así de inesperada que los colocaba en la orilla de la colectividad. ¿No pudieron provocar esas indeseables escenas, una reacción como la que se resumirá en una proclama orientada hacia un holocausto que se anuncia con bombos y platillos?
Una voluntad imponente Pero también debe mirarse hacia la férrea voluntad de quien ha tenido la suerte de sobrevivir. Bolívar apenas se duele un poco del fracaso. Un individuo del montón tal vez quedara sin ánimos después del huracán que lo ha arrollado, pero él no es un personaje corriente. El desgarramiento atenaza su voluntad hasta el extremo de soñar con el triunfo cuando sólo existen motivos para el duelo.
Viajó hacia la Nueva Granada, para colocarse bajo las órdenes del presidente Camilo Torres. Escribió su primer documento público, el Manifiesto de Cartagena, y llevó a cabo hechos de armas que le ofrecieron oxígeno al desfalleciente gobierno de las Provincias Unidas. Impresionado por sus triunfos, el mandatario le concedió el título de Ciudadano de la Nueva Granada y le otorgó el grado de General de Brigada. Ahora no es un desconocido. Ya ha saboreado el éxito que le había sido esquivo. Ya puede proponer un proyecto que le permita volver a Venezuela con un contingente digno de consideración. Se ha levantado de un agujero lóbrego para iniciar la llamada Campaña Admirable, en cuya médula se encuentra la Proclama de Guerra a Muerte.
Antecedentes escalofriantes Ya existe la Guerra a Muerte. Es un hecho antes del comienzo de la campaña triunfal. La inicia Monteverde y la multiplica Boves, cuando ejecutan acciones sanguinarias contra cualquier grupo o individuo atravesados en su camino. Han asesinado poblaciones a mansalva, como consta en documentos emanados de las propias autoridades españolas. ¿Por qué, entonces, preocuparse por la continuidad que le da Bolívar? ¿Acaso no transita un camino trillado por el enemigo que no ha dado cuartel? El asunto no es tan simple.
Las matanzas de Monteverde y Boves no contaban con el respaldo de un documento público. Esos matones no redactaron órdenes escritas en las cuales se disponía el asesinato colectivo de los republicanos. Jamás contrariaron en sus papeles el contenido de la legislación española, mucho menos las letras de la Constitución de Cádiz, redactada en 1812 para buscar el avenimiento de los españoles de ambos mundos. Al contrario, las ventilaban cuando topaban con aprietos, aunque después las condenaran al olvido. No se sentaban a fabricar explicaciones o justificaciones, ni a detallar mediante escribano los suplicios en los que se deleitaban.
El primero que prefirió anunciar en un papel de circulación pública la futura realización de matanzas colectivas fue Antonio Nicolás Briceño, mantuano que había destacado en el congreso fundacional por sus opiniones comedidas. Jefe de vanguardia en el ejército que traspasó el territorio venezolano desde el vecindario bajo la obediencia de Bolívar, escribió un reglamento de ascensos que dependía del número de españoles que sus soldados decapitaran. Más sangre de españoles derramada sin compasión, mayor número de honores y doblones, anunció el reglamento. Más cabezas de godos, mayores ascensos y sueldos para la tropa. La superioridad se preocupó por el monstruoso sendero que proponía para crecer en el escalafón militar, pero no sancionó al despiadado autor.
La justificación de la matanza La Proclama de Guerra a Muerte viene precedida de una explicación, que da Bolívar en Mérida el 8 de junio de 1813. Habla de la necesidad de vengar a la humanidad castigada por la codicia de los españoles, de un conflicto universal que debe encontrar desenlace en Venezuela. Acude a referencias de carácter universal, mediante las cuales se adelanta en la justificación del documento que publicará en el cuartel de Trujillo.
El siguiente fragmento da cuenta de tal propósito. Dice: "Todas las partes del globo están teñidas de sangre inocente que han hecho derramar los feroces españoles, como todas ellas están manchadas por los crímenes que han comedido, no por amor a la gloria sino en busca del metal infame que es su Dios sobrenatural (...) Mas esas víctimas serán vengadas, estos verdugos serán exterminados. Nuestra bondad se agotó ya, y puesto que nuestros opresores nos fuerzan a una guerra mortal, ellos desaparecerán de América, y nuestra tierra será purgada de los monstruos que la infectan".
Trata de saldar una cuenta relativa al género humano, como si la estadística de los desastres del mundo debiera encontrar finiquito aquí. Estamos ante una generalización temeraria. También frente ante la primera clasificación maniquea de los sectores de la sociedad que se encuentran en conflicto: los energúmenos procedentes de España y los mártires inocentes de sus expoliaciones, sin matices.
Perdones y castigos arbitrarios La Proclama de Guerra a Muerte propone al principio el retorno de las instituciones de 1811, pero se desvía tajantemente de la proposición con la sentencia abrumadora que culmina el texto: "Españoles y canarios, contad con la muerte, aún siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América. Americanos, contad con la vida, aún cuando seáis culpables".
La inmolación y la salvación se piensan en una forma genérica y arbitraria. La literatura condescendiente de los fundadores de la Primera República se echa al olvido. Se cierra, quién sabe hasta cuándo, la posibilidad de una contienda con reglas, alivios y reservas. Se muda el carácter del conflicto político, a través de un documento que le da un radical viraje. Nadie en los tiempos modernos había anunciado una cosa semejante en un pliego que se leería ante la presencia del pueblo, pero ahora se hace en nombre de la libertad.
La destrucción como inspiración Inmediatamente después de la declaratoria de Independencia se vivió un ambiente de destrucción. Al principio se pensó en senderos de convivencia pacífica, pero en breve nadie acarició el anhelo de las salidas concertadas mediante tratos propios de seres civilizados. Todo fue marcado por una atmósfera de combustión. Todo se redujo a la invitación de las bayonetas y a la estampida que la amenaza provocaba. Nadie fue indiferente ante el llamado de la destrucción, fuese republicano o realista. Ni siquiera el autor de la Proclama de Guerra a Muerte.
Una forma de vivir comienza a desaparecer, a dejar de ser lo que fue, para estrenarse en experiencias aventuradas cuya conclusión nadie podía pronosticar. La desaparición no va a ser paulatina, sino acelerada y drástica, capaz de borrar las raíces de los hábitos antiguos sin reparar en los desastres que ocasionaría. Cuando se busque una explicación convincente de lo sucedido, alejada de los prejuicios del patrioterismo, deberemos detenernos en la Proclama que, sin argumentos dignos de crédito, sin una sola explicación apegada a hechos de envergadura, se regodea en un espíritu de cruzada que había dejado de pregonarse en términos formales, pero que ahora anuncia como brújula el hombre que se prepara para convertirse en autoridad.
Conclusión con provocación ¿Hacía falta una declaratoria de exterminio? ¿Convenía a los intereses de la república? ¿Nos condujo como sociedad, por fin, hacia una dirección definida y definitiva? La interpretación que se ha hecho de la Proclama de Guerra a Muerte para entenderla como una posibilidad de hacer que la gente se decidiera por dos partidos en pugna, pierde consistencia cuando olvida que en la Venezuela de la época predominó un clima de opinión mayoritariamente favorable a los intereses de la Corona, ante el cual no pudieron los republicanos abrir siquiera un boquete. De allí que no encontrara más remedio, el autor de la Proclama, que abrirlo con la desesperación de unos cañonazos dirigidos contra la mayoría de la sociedad. O, en especial, contra la gente de orilla que lo echó del poder en el primer encontronazo.
Ilustración: Ugo.

jueves, 20 de junio de 2013

INVESTIGACIONES RECIENTES REVELAN QUE LA PALABRA "MARIACHI" PROVIENE DE "MARÍA CE...", UN CANTO RELIGIOSO MARIANO

from Catolicidad 

INVESTIGACIONES RECIENTES REVELAN QUE LA PALABRA "MARIACHI" PROVIENE DE "MARÍA CE...", UN CANTO RELIGIOSO MARIANO:
La charrería mexicana es eminentemente guadalupana. Aquí Melissa Alejandra, reina de la Federación Mexicana de Charrería, A.C.
INTRODUCCIÓN 

por Juanjo Romero


¿Cuál es el origen de la palabra mariachi? En algunos círculos todavía sobrevive el mito de que la palabra «mariachi», con la que se designa a los grupos musicales tradicionales de la zona occidental de México, tiene origen francés. Haciendo derivar el término de una deformación de «mariage» ya que solían cantar en las bodas.

La prueba documental se encontró en 1981, en el archivo de la parroquia de Rosamorada (Nayarit, occidente de México), una carta del P. Santa Anna al obispo Diego Aranda y Carpinteiro que denunciaba en 1852 los desórdenes causados en los días solemnísimos por esos que «se llaman por estos puntos mariachis». Es decir, ya eran mariachis antes de que llegasen los franceses en 1861-1862 al oriente de México.

Un artículo de Ricardo Espinosa en «El Sol de México» [8 de abril de 2001] popularizó el origen mariano de los mariachis, fruto del trabajo del historiador de la archidiócesis de Guadalajara, Luis Enrique Orozco.


Para el historiador mexicano, el nombre proviene de sones a María, canciones a la Virgen populares que mezclaban el náhuatl, el español y el latín y tenían como estribillo « María-ce-son», un «ce» que se pronuncia «che» al modo suave, she o shi: «María te amo» (traducción que asumo correcta -Nota: aunque otros la traducen como «La canción de María»-).


Motelpocahuan te cantarona María,
Tetelpocahuan te entonarahua,
María ce son…
Tlacaque Tonantzin ima,
Moyazca cantarohua pactoc.
Te cantarohua María ce son.


Fuente: De Lapsis


HISTORIA DEL MARIACHI

Por: Ramón Talavera Franco

“De Cocula es el mariachi,
de Tecalitlán los sones....”

Esta es una de las estrofas más conocidas del Son “Cocula” y decidimos usarla como inicio del presente artículo para referirnos precisamente a algo que muchos de los amantes de la música de mariachi desconocen: el lugar que le dio origen.

Existen muchas teorías. Una de ellas, quizá la más conocida, menciona que la palabra “Mariachi” proviene de la palabra francesa “marriage”, que significa boda o matrimonio y que con el tiempo se transformó en la palabra “mariachi” que hoy conocemos. La teoría que la sustenta, dice que durante la intervención francesa, los soldados franceses comenzaron a referirse como “marriage” (Matrimonio en francés) no únicamente a las bodas que ellos presenciaban en tierras mexicanas, sino a la música que se tocaba en dichos eventos, pero si esta teoría fuera cierta, querría decir que ellos fueron quienes bautizaron a este tipo de grupo musical, dando por hecho que antes de su llegada no existía ninguna palabra que los identificara. Lo cual es poco creíble.

El son de La Negra, una de las piezas de mariachi
 más representativas de la música mexicana,
tiene sus raíces hundidas en la cotidianidad
de principios del siglo XIX, reveló el INAH
Otra de las teorías señalan que en Jalisco y Michoacán hay un árbol de madera blanca y porosa el cual es usado para la fabricación de guitarras. Según algunos investigadores, este árbol se llama “mariachi”, sin embargo, hay mucha gente oriunda de estas regiones que desmienten que exista un árbol con dicho nombre.

Pero hay otra teoría que al parecer, es la más acertada o cuando menos la que muchos mariachis mexicanos aceptan. Esta es la que afirma que la palabra “Mariachi” se originó en Cocula, Jalisco.

Coculán es un cerro al sur de Cocula donde se asentó la tribu coca en el siglo XVI. Ellos eran descendiente de los chimalhuacanos y a su vez de los nahoas. De ellos, se afirma que tenían tanto habilidades para la música como para imitar los sonidos que les parecían agradables. Y son a ellos, a esta tribu, a los que México les debe hoy que existan los ya famosos “Mariachis”.

¿Cómo nació “El Mariachi”?

Para comprender su nacimiento, tenemos que remontarnos a la conquista española y recordar el gusto melódico de los Cocas. Cuando llegaron los frailes españoles a Cocula, se dieron cuenta de la facilidad de los lugareños para reproducir sonidos y música a través de instrumentos que ellos mismos construían y decidieron utilizar la música, como instrumento evangelizador. El Fraile Miguel de Bolonia, logró transformar antiguas melodías dedicadas a sus ancestrales deidades aztecas, en alabanzas a la Madre de Jesús y a San Miguel Arcángel y subrayó la idea de que la música era el lenguaje que Dios había decidió utilizar para comunicarse con ellos.

Así, al correr el tiempo y ser totalmente conquistados por los españoles, los músicos Cocas transformaron no sólo sus propios ritmos autóctonos, sino que adoptaron instrumentos españoles como el violín y la guitarra. En rancherías cercanas a Cocula nacieron los viejos “violines del cerro” y haciendo gala de su facilidad de crear instrumentos nuevos, el indígena Justo Rodríguez Nixen inventó la vihuela con una concha de armadillo y luego el guitarrón con cuerdas de tripas de animales, instrumentos ya actualizados sin los cuales el mariachi que hoy escuchamos carecería de su sonido característico.

Durante su proceso evangelizador, los indígenas de Cocula empezaron a venerar a la Virgen que llamaban “Maria del Río”, cuya imagen fue descubierta mientras unos campesinos araban la tierra. Este hallazgo fue el acicate que despertó la devoción de los coculeneses y en su nombre crearon una canto de alabanza, del que, según los investigadores, nació la palabra “Mariachi”.

En uno de los párrafos de la alabanza que crearon para esta Virgen, se lee “Maria ce son” que según los estudiosos significa “la Canción de María”. Al pronunciar “Maria Ce...” parecía que decían “Maria Shi” o “María She” que al pronunciarse rápido suena como “Mariachi”.

Así, según este estudio, la palabra “Mariachi” proviene en realidad un canto religioso, y no de la palabra francesa “mariage” como otros investigadores afirman.

Al pasar el tiempo y hasta principios del siglo XX, la música de mariachi era menospreciada por la aristocracia y había permanecido en su medio rural, pero en 1905 las cosas cambiaron al considerarse al mariachi como un grupo pintoresco, digno de presentarse en foros citadinos. Así, cuenta la leyenda, un grupo de mariachis fue llevado a cantar en un onomástico del presidente Porfirio Díaz. Las narraciones describen a este grupo vestido a la usanza de los hombres de campo y los instrumentos que llevaban en aquel entonces resumían aquellos con los que empezaron: violines, vihuelas y guitarrones.

Dos años después, en 1907 nuevamente Porfirio Díaz utilizó la música de mariachi para amenizar una fiesta ofrecida en honor del secretario de estado norteamericano Eliu Root. Se dice que este grupo vino ex profeso desde Guadalajara e interpretó sones y jarabes mientras dos charros acompañados por dos tapatías bailaron al compás de las arpas y de los violines. ¡Y algo importante! Se dice que ésta fue la primera vez que un “mariachi” se vistió del atuendo ya característico de charro.

Hoy en día, los “mariachis” interpretan sus melodías no sólo en México, sino en muchas ciudades de Estados Unidos y han logrado acaparar el gusto del público más exigente.



Fuente: http://www.culturafronteriza.com/mariachi%20historia.htm

lunes, 10 de junio de 2013

denunciaprofetica.blogspot.com - Comentarios a las invocaciones de las Letanías del Sagrado Corazón de Jesús

Comentarios a las invocaciones de las Letanías del Sagrado Corazón de Jesús:







Plinio Corrêa de Oliveira
Reunión del Santo del Día, 24 de junio de 1965

Hoy es la vigilia de una gran fiesta: la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús

Yo recomendaría mucho a los Sres. que leyesen la letanía del Corazón de Jesús. ¡Es una verdadera maravilla! Algunas invocaciones quiero comentar hoy

En primer lugar, esa bellísima invocación: Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre.

Si consideramos al Corazón de Jesús, que es —en su realidad material y carnal— el objeto de nuestro culto como símbolo de la voluntad de Nuestro Señor y, por lo tanto, del amor de Nuestro Señor; si consideramos que el Corazón de Jesús fue formado en el seno Inmaculado de Nuestra Señora y con la materia que la Madre da para la formación del cuerpo del hijo. Y, por tanto, la carne santísima, y ligada a la divinidad en la unión hipostática de Nuestro Señor Jesucristo, es la propia carne de María; la Sangre de Jesús es la propia sangre de María; el Corazón de Jesús es de algún modo el Corazón de María.

Y en esa evocación de ese proceso de generación tan admirable, por el cual la madre como que se desdobla y da de sí mismo todo para constituir el cuerpo del hijo; si recordamos que Jesús fue todo Él así formado del cuerpo de María y esto es un océano, en un incendio de amor y de adoración para con ese Hijo que Ella estaba formando en sus entrañas, comprenderemos aún más cómo el Corazón de Jesús está unido al Corazón Inmaculado de María y cómo podemos tener una confianza sin reserva en la eficacia de la intercesión de Nuestra Señora junto a Nuestro Señor, tomando en consideración que Nuestro Señor no podría rehusar nada a aquella Madre Santísima, perfectísima, de la cual Él no sólo no tiene ninguna queja, sino de la cual tiene el más superlativo y total contentamiento con que un Creador puede tener en relación a su criatura, y más aún, del cual sabe que su propia carne es la carne de Nuestra Señora y que su propio Corazón es el Corazón de Nuestra Señora, por así decir.

Creo que esta invocación, para los que son devotos de Nuestra Señora, tiene un gran significado que no podría pasar desapercibido en estos comentarios.

Otra lindísima invocación es: Corazón de Jesús, de majestad infinita.

San Agustín dice lo siguiente: “Donde está la humildad, ahí está la majestad” (ubi himilitas, ibi maiestas – Sermón 14), o sea  que las dos cosas son inseparables.

De ahí concluimos que el Corazón de Jesús, que es un abismo de humildad, es por eso mismo un firmamento de majestad. Yo gustaría de ser artista y saber representar la figura de Nuestro Señor para intentar expresar exactamente no sólo la majestad, ni sólo la humildad, sino a Nuestro Señor en una de esas representaciones que la gente ve en un solo golpe de vista, aquello que la majestad tiene de común con la humildad, o aquello que la humildad tiene de común con la majestad, y que es aquella esfera superior de virtud donde esas dos virtudes particulares como que se encuentran y se funden.
El “Beau Dieu d’Amiens”

Me acuerdo aquí de la imagen del “Beau Die d’Amiens”, que es tan expresivo en ese sentido. Es una imagen que no tiene el Corazón de Jesús, pero es Nuestro Señor Jesucristo en el portal de la catedral de Amiens, y que siempre me dio mucho esa impresión: un rey dignísimo, un doctor nobilísimo,pero al mismo tiempo tan sereno, tan manso, tan completamente señor de sí que se percibe que Él sería capaz de recibir la peor injuria y conservarse enteramente quieto, enteramente sereno, no tener ninguna reacción de amor propio, desde que fuese esto la virtud del momento.

Esa imagen del “Beau Dieu d’Amiens”, tengo la impresión de que es una de las que mejor demuestran esa unión de la suma majestad con la suma humildad.

Nos, que apreciamos el que seamos hijos de la Contra-Revolución, tomando en consideración que la Revolución caricaturiza la humildad y silencia la majestad, deberíamos pedir al Corazón de Jesús que diese al corazón de cada uno aquella forma elevada y nobilísima de majestad, que debe tener todo contra-revolucionario, que trae en sí el sentido de la realeza, el sentido del orden perfecto, de la honra, de la jerarquía y de lo que es majestuoso, incluso cuando se es el más humilde de los hombres.
Breve video de los restos mortales de la beata Ana María Taigi, Iglesia de San Crisógono, Roma

No puedo dejar de recordar aquí aquella figura extraordinaria de la beata Ana María Taigi (1769-1837) que era una sencilla cocinera en Roma, que no quería pasar por reina, pero que tenía de tal manera la figura de la majestad que era imposible pasar cerca de ella sin que alguien no se sintiese intimidado.

O entonces de Santa Teresita del Niño Jesús, que era tan majestuosa sin ser pretensiosa y en su afabilidad, que hasta el padre de ella la llamaba siempre “mi pequeña reina”.

Otra invocación: Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad. Los Sres. saben que el Corazón de Jesús es un horno ardiente de amor de Dios, porque la caridad es propiamente el amor de Dios. Y el hecho de Él ser un horno ardiente —o sea, no sólo un horno, que sí ya trae la idea de ardor, sino de un horno ardentísimo—, expresa bien la idea de que Él es el foco de todo el amor de Dios, y que la devoción al Corazón de Jesús por intermedio del Corazón Inmaculado de María es específicamente esplendida para quien se lamenta de ser tibio, de estarse arrastrando lentamente en la vida espiritual, la devoción a esta invocación es la que comunica este fuego de horno ardiente de caridad.

De manera tal que si queremos, para nosotros o queremos para otros, el verdadero amor de Dios, esta es una de las devociones más indicadas y más excelentes.

También me parece muy importante para nuestra época, la invocación Corazón de Jesús, paciente y misericordioso. ¿Qué quiere decir propiamente paciente? Paciente es aquel que sufre; es el Corazón de Jesús sufridor y misericordioso. Porque es sufridor, es capaz de sufrir también las injurias que le hacemos.

El segundo sentido de la palabra paciente es el Corazón de Jesús en cuanto dispuesto a sufrir, en cuanto amando el sufrimiento, en cuanto comprendiendo que el sufrimiento es la gran ley de la vida y que una existencia sin sufrimiento no vale absolutamente nada.

El hombre vale en la medida de su capacidad de sufrir.

Porque, en último análisis, vistas las cosas desde un cierto ángulo, la vida del hombre vale en la medida en que se sufre y ama el sufrimiento que padece. Y entonces aquí tenemos el Corazón de Jesús paciente.

Una de las expresiones más típicas de la capacidad de sufrir es el espíritu de iniciativa, por donde el hombre vence la pereza, vence la molicie, vence el tedio, vence el amor de sí mismo y se lanza al trabajo, se lanza a la lucha y se lanza hasta lo más intenso y ardoroso de la lucha, si fuere necesario, renunciando a dejarla inmediatamente si el interés de la Iglesia lo conduce en el sentido opuesto.

Aquí está la forma superior de paciencia, que es ese espíritu de iniciativa y de combatividad, por donde el hombre renuncia a todas sus perezas, a todos sus relajamientos y es esto que debemos pedir al Corazón de Jesús, paciente y misericordioso.

Misericordioso quiere decir quien tiene pena: es un corolario del segundo sentido de la palabra paciencia. Y aquí viene esta otra cuestión: la enorme dificultad de convencer a las almas de mi tan querida generación nueva de la misericordia de Dios, que perdona una vez, perdona dos veces, perdona dos mil veces y sólo no quiere que se desanime del perdón.

Entonces, para que tengamos confianza en el perdón de Nuestro Señor, por la intercesión del Corazón Inmaculado de María, aquí está una invocación magnifica: Corazón de Jesús, paciente y misericordioso. Paciente con mis defectos, con mis pecados; misericordioso con relación a mis lagunas, por el Corazón Inmaculado de María, teniendo pena de nosotros. Es una excelente invocación hasta para recitar durante el día, para no perder la confianza en Nuestro Señor Jesucristo.

Un método para hacer acción de gracias

Dos otras invocaciones: Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados. A veces ocurre que nos sentimos fundamentalmente indignos, y esto hasta las almas más puras y más altas pueden sentirlo. Y comprendemos que delante de la justicia infinita de Dios, no somos absolutamente nada. Pero está esa invocación, que es una tranquilidad para nosotros. El Sagrado Corazón de Jesús es una propiciación por nuestros pecados.

¿Qué significa propiciación? Yo no valgo nada. Los sacrificios que hago —porque provienen de mí es que no valgo nada— también por sí mismos no valen nada. Pero hay una víctima que vale todo, porque es una víctima sin mancha, sin defecto, es una víctima ligada por la unión hipostática a la propia divinidad, y esa víctima es Nuestro Señor Jesucristo, que se ofreció por mí. De tal manera que todo aquello que yo temo no conseguir, está víctima lo consigue.

Mis pecados, esa víctima los cargó. Mis pecados, es víctima sufrió por ellos. Y por causa de eso considero mis pecados con una vergüenza, con una contrición, por lo menos con una atrición, pero en todo caso con una inmensa confianza, porque Alguien murió por mí, Alguien derramó por mí todas las gotas de su Sangre.

Yo tengo la confianza no en mí, sino en esta Sangre infinitamente preciosa, que por mí fue derramada.

Una última invocación: Corazón de Jesús, fuente de toda consolación.

La palabra consolación tiene también dos sentidos: 1) ella corresponde al fortalecimiento; 2) en otro, ella quiere decir alegría, suavidad y unción del divino Espíritu Santo en el alma. En ambos sentidos el Sagrado Corazón de Jesús es fuente de toda consolación. Nuestra fuerza viene de Él. Y cuando nos sentimos flacos, tibios, desorientados, sobre todo cuando estamos delante de algún gran acto de generosidad al cual estamos llamados pero sin el coraje de concretizarlo, no debemos hacer “olimpismo”; no debemos imaginar que es sólo por nosotros que lo conseguiremos hacer. ¡No! El Corazón de Jesús es la fuente de toda la fuerza; por medio del Corazón Inmaculado de María, que es el canal único y necesario para llegar al Corazón de Jesús, dirigirse al Corazón de Jesús, y pedirle fuerzas. No seré frustrado en mi pedido y, en determinado momento, tendré la fuerza que necesito para hacer inclusive las cosas más arduas y difíciles con relación a la vida espiritual.

Ahí están algunas consideraciones que podemos aprovechar para la comunión.

Cómo es excelente, para la comunión por ejemplo, llevar la letanía del Sagrado Corazón de Jesús, y cada día escoger —tal vez hasta al azar— una de las invocaciones para comulgar tomando en consideración que se está recibiendo en el alma la presencia real, física, verdadera y vida de aquel Corazón del cual se está meditando y que es, v.g., fuente de toda fortaleza. Y entonces hacer la comunión así, por ejemplo:

Señor, vos sois fuente de toda fortaleza, y yo querría tener mil veces más fuerza de la que tengo para serviros mejor. Sé que esta fuente de fortaleza está presente dentro de mí; sé que esta fuente de fortaleza sois vos. Dadme fuerzas contra vuestros enemigos externos y contra las tendencias malas que hay en mí y que son vuestras enemigas también. Ten compasión de mí, yo os lo pido por el Corazón Inmaculado de María.

Eso debe ser hecho por los movimientos libres del alma. Pero esta es una sugerencia —que no vale más que una sugerencia— a fin de que cuando se esté en la aridez y, por así decir, sin asunto para con Nuestro Señor en la comunión, tomar una de esas invocaciones de esa letanía y rezarla: la comunión podrá ser fuente de verdaderas gracias.

Letanías del sagrado corazón de Jesús

Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Dios Padre celestial, ten piedad de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo.
Dios Espíritu Santo.
Santa Trinidad, un solo Dios.
Corazón de Jesús, Hijo del eterno Padre.
Corazón de Jesús, formado en el seno de la Virgen Madre por el Espíritu Santo.
Corazón de Jesús, unido substancialmente al Verbo de Dios.
Corazón de Jesús, de majestad infinita.
Corazón de Jesús, templo santo de Dios.
Corazón de Jesús, tabernáculo del Altísimo.
Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo.
Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad.
Corazón de Jesús, arca de justicia y de amor.
Corazón de Jesús, lleno de bondad y de amor.
Corazón de Jesús, abismo de todas las virtudes.
Corazón de Jesús, dignísimo de toda alabanza.
Corazón de Jesús, rey y centro de todos los corazones.
Corazón de Jesús, en el que están todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.
Corazón de Jesús, en el que habita toda la plenitud de la divinidad.
Corazón de Jesús, en el que el Padre se ha complacido.
Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos hemos recibido.
Corazón de Jesús, deseo de los collados eternos.
Corazón de Jesús, paciente y de mucha misericordia.
Corazón de Jesús, rico para todos los que te invocan.
Corazón de Jesús, fuente de vida y de santidad.
Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados.
Corazón de Jesús, saturado de oprobios.
Corazón de Jesús, triturado a causa de nuestros crímenes.
Corazón de Jesús, hecho obediente hasta la muerte.
Corazón de Jesús, por la lanza perforado.
Corazón de Jesús, fuente de toda consolación.
Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra.
Corazón de Jesús, paz y reconciliación nuestra.
Corazón de Jesús, víctima de los pecadores.
Corazón de Jesús, salud de los que en Ti esperan.
Corazón de Jesús, esperanza de los que en Ti mueren.
Corazón de Jesús, delicia de todos los santos.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros.
OREMOS
Omnipotente y sempiterno Dios, mira el Corazón de tu dilectísimo Hijo y las alabanzas y satisfacciones que en nombre de los pecadores te paga. Aplacado por estos divinos homenajes, perdona a los que imploran tu misericordia, en nombre de ese mismo Jesucristo tu Hijo, que vive y reina con Vos, en unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Amén.

Sagrado Corazón de Jesús

Sagrado Corazón de Jesús
¡Deténte! El Corazón de Jesús está conmigo. ¡Venga a nosotros tu reino

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