Por Oswaldo Álvarez Paz
El pasado jueves fue ordenada mi libertad, luego de permanecer 52 días recluido en prisión. Ha sido La experiencia más intensa de toda mi vida. No tanto por el tiempo sino por el aprendizaje que para mí significó ese lapso. En la historia contemporánea, incluido este instante, hay compatriotas con mucho más tiempo, años privados de la libertad. Unos sentenciados a la pena máxima, otros por un poco menos, sin faltar los que aún esperan decisión final. Quienes fueron condenados a la pena máxima, de hecho, purgan cadena perpetua, si sumamos a sus edades los 30 años de las sentencias. Lo que unifica casi todos estos procesos es la injusticia derivada de acusaciones penales ordinarias sin soportes suficientes, dictar medidas preventivas que impiden el ejercicio del derecho a ser enjuiciados en libertad y la manipulación sistemática del Código de Procedimiento Penal que hace infuncional el derecho a un justo proceso.
Después de la vida y como parte importantísima de ella, está la libertad en el sentido más amplio de cuanto significa. Limitarla, restringirla o hacerla desaparecer es delincuencial, cuando se concreta por razones políticas alejadas de la razón y del Derecho. Pero en este país vivimos. El ordenamiento jurídico se desvanece ante la arremetida de la intolerancia y la arbitrariedad caprichosa de “los jefes”
En el corto lapso de mi “prisión preventiva”, sentí la activa solidaridad de los prisioneros de todos los signos, posiciones políticas, antecedentes y variadas causas, decididas o no, por las cuales están encerrados. Respeto, cooperación hacia el nuevo que llegaba, inyecciones de ánimo con relación al caso y estímulo para continuar la lucha por el renacimiento institucional de la República. Compartíamos muchas cosas, la más importante, la esperanza de un mañana mejor no demasiado lejano.
Ahora estoy en “libertad condicional”. Prohibición para salir del país, prohibición de declarar sobre el juicio que se me sigue y régimen de presentación quinquenal ante el tribunal. Cada quien sacará sus conclusiones no habiendo ni peligro de fuga ni tratarse de una persona de “alta peligrosidad” . A pesar de la indignación, estoy mucho mejor que hace unos días. No me quejo, hablo de realidades concreta que han sido dramáticamente peores para mis compañeros de reclusión.
No mencionaré casos específicos. Es innecesario y podría olvidar involuntariamente algunos. Pero si quiero dejar expresamente sentado que mi solidaridad hacia ellos es infinita. Sus causas son también la mía. Si antes sentíamos una solidaridad que se expresaba con una retórica ocasional, ahora se trata de algo existencial que compromete hasta la última fibra de mí ser. Más temprano que tarde habrá justicia, las decisiones revisadas, los sacrificios y atropellos recompensados y los verdugos tendrán que rendir cuentas. Una parte de mi quedó en la celda 8, pasillo B, Control de Aprehendidos del SEBIN (Antes DISIP).
oalvarezpaz@gmail.com Lunes, 17 de mayo de 2009