Marcelo Justo
BBC Mundo
Espacio para fomentar la discusión de los efectos históricos y contemporaneos de la acción política desde la perspectiva conservadora o demócrata cristiana en america latina, contribuyen con este BLOG Oswaldo Alvarez Paz, Sara Guerra y Francisco Gonzalez y rendir homenaje al rol de mi padre en la historia democrática de Venezuela
Swaminathan Aybar es un notable economista hindú que ha sacado una cuenta muy incómoda. Se le ocurrió medir el enorme precio que pagó la población de la India por no haber hecho antes la reforma económica que hoy mantiene en su país un ritmo de crecimiento que excede el 7% anual, reduce vertiginosamente el porcentaje de pobres y mejora sustancialmente la calidad de vida de los más necesitados. Los números son impresionantes: no haber hecho la reforma con antelación provocó la muerte de 14.5 millones de niños, mantuvo a 261 millones en el analfabetismo y a otros 109 por debajo de los límites de la pobreza. El estudio lo acaba de publicar el Cato Institute de Washington y se titula El socialismo mata.
Los latinoamericanos deberían aprender de esta experiencia. No hacerlo, además de un crimen, es una estupidez casi perfecta. El ejemplo es muy claro: en la India ha habido dos grandes modelos de desarrollo. Entre 1947 y 1981 se ensayó la fórmula de la economía estatizada, dirigida por una enorme burocracia gubernamental, intensamente proteccionista, hostil a la empresa privada y a las inversiones extranjeras, convencida de las ventajas del desarrollo hacia dentro. El resultado de esa etapa socialista fue un crecimiento anual promedio de 3.5 que, cuando se descontaba el aumento de la población, quedaba reducido al 1.49.
Mientras los hindúes seguían esa senda socialista, tan parecida a los ensayos latinoamericanos, desde el peronismo hasta el chavismo, otros pueblos asiáticos --primero Taiwan, Corea del Sur, Hong-Kong, Singapur, luego Tailandia, Malasia e Indonesia-- tomaron el camino contrario: abrieron sus economías, alejaron al gobierno del aparato productivo y fomentaron la iniciativa privada. En otras palabras, liberalizaron decididamente sus economías. Al cabo de apenas una generación, los resultados que exhibían eran pasmosos: disminución drástica de la miseria y la ignorancia, mejora en todos los índices de desarrollo humano y surgimiento de unos robustos sectores sociales medios.
Presionados por esa inocultable realidad, los hindúes hicieron su reforma y abandonaron las fallidas supersticiones del socialismo, primero tibiamente, y luego con mayor ímpetu comenzada la década de 1990, hasta llegar a convertirse hoy en un actor de primer rango internacional que compite en precio y calidad con la China, a la que comienza a disputarle la condición de gran fábrica del mundo. (No olvido la sorpresa de unos amigos que necesitaban contratar un servicio de ventas telefónicas en América Latina y acabaron pactando con la sucursal de una compañía hindú radicada en Cochabamba, Bolivia.)
Es importante que los economistas latinoamericanos saquen la cuenta de cuánto nos cuestan los experimentos socialistas en sangre, sudor y lágrimas. Cuánto han pagado y pagan los argentinos por los tercos experimentos del peronismo. Cuál fue la inmensa factura pagada por la sociedad peruana durante la locura de Velasco Alvarado, la nicaragüense con el sandinismo o Cuba con su medio siglo de estalinismo.
La medición podía hacerse a partir de la experiencia chilena: ¿qué hubiera pasado en toda América Latina si los pueblos de nuestra cultura hubieran hecho una reforma económica como la llevada a cabo por los chilenos, iniciada durante la dictadura de Pinochet, pero sabiamente mantenida por los gobiernos de la democracia? En 1959, por ejemplo, Cuba tenía un tercio más de ingreso per cápita que Chile y más o menos la misma población. Hoy Chile triplica el ingreso de los cubanos, su población es un treinta por ciento mayor, y el país sudamericano se ha convertido en la secreta meta y destino de miles de cubanos que han conseguido instalarse allí, incluidos unos cuantos hijos de la clase dirigente convencidos de que el barco de los hermanos Castro se va a pique a corto o medio plazo.
¿Somos capaces los latinoamericanos de aprender en cabeza ajena? Con algunas dificultades, parece que sí. Perú, por ejemplo, es hoy el país que más crece en el continente, y eso se debe a que, de manera creciente, los últimos tres gobiernos peruanos han tenido el sentido común de inspirarse en el vecino Chile y abandonar paulatinamente las viejas prácticas del socialismo estatista. Eso significa menos pobreza y mejores estándares de vida para la inmensa mayoría de la sociedad. Sin embargo, lamentablemente, la racionalidad sigue siendo un bien escaso en nuestro mundo. Mientras los peruanos, como los chilenos, se mueven en la dirección que dicta la experiencia, Hugo Chávez y sus cómplices del socialismo del siglo XXI reinciden en el disparate. Insisten en hacerles daño a sus conciudadanos, convencidos de que los guían en la dirección de la gloria. No se han enterado de que el socialismo mata.
Marcelo Justo
BBC Mundo
El estallido financiero de 2008 dejó desnudo un ídolo que parecía indestructible desde la caída del muro de Berlín: el capitalismo.
El economista surcoreano de la Universidad de Cambridge, Han-Joon Chang, autor de dos libros traducidos a decenas de idiomas -el recién publicado las "23 cosas que no le dijeron del Capitalismo" y "Malos Samaritanos, El mito del libre comercio y la historia secreta del capitalismo"- se encuentra entre los más destacados críticos del rumbo neoliberal adoptado desde los '80.
A pesar de esta postura crítica, Chang no es un anticapitalista."El capitalismo es el peor sistema, si uno quita al resto", ironiza.
BBC Mundo entrevistó a Chang durante una visita suya a Londres para promover la publicación de su libro.
¿Qué son entonces estas 23 cosas que no nos dicen del capitalismo?
Según Ha-Joon Chang esta es la realidad de algunos mitos difundidos por el capitalismo.
1 - El libre mercado no existe.
2 - La máquina de lavar transformó más el mundo que el internet.
3 - El libremercado raramente hace rico al pobre.
4 - El capital no es trasnacional: tiene nacionalidad.
5 - No vivimos en una era postindustrial.
6 - EE.UU. no tiene el más alto nivel de vida del mundo.
7 - La educación por sí misma no garantiza la riqueza de una nación.
8 - A pesar de la caída del comunismo somos sociedades planificadas.
9 - La igualdad de oportunidades es desigual.
10 - Los mercados financieros tienen que ser menos y no más eficientes.
11 - La gente en los países ricos es menos emprendedora que en los pobres.
A uno le puede gustar o no el capitalismo, pero todo el mundo asume que sabe de qué se trata. Lo que intento mostrar es que muchas de las premisas que se usan para el capitalismo son medias verdades o directamente mitos.
La idea del libre mercado, por ejemplo. El mercado libre no existe. Todo mercado tiene reglas y límites que restringen la libertad de elección.
¿Por qué un chofer de autobús de Suecia gana 50 veces más que uno de Nueva Deli? Porque el de Nueva Deli no puede ir a Suecia pues hay límites a los flujos migratorios.
Otro mito es que cuando más libre mercado y menos gobierno, más riqueza. Esto no es así. Se vio claramente en el caso de la desrregulación del sistema financiero que tomó lugar desde la década del '80 que, como se vio en la crisis financiera de 2008, destruyó mucha riqueza.
Por eso digo también que los mercados financieros tienen que ser menos eficientes: una mayor eficiencia intensificaría la especulación y el cortoplacismo de las inversiones.
En el libro que publicó en 2008, "Malos Samaritanos", usted examina otro tipo de mitos: los que hay en torno al desarrollo económico.
El libre comercio es uno de los mitos. Los países desarrollados dicen que los países en desarrollo tienen que permitir el libre flujo de capitales y mercancías para desarrollarse.
Esta posición ignora la política adoptada históricamente por los mismos países desarrollados.
Tomemos el caso del Reino Unido, cuna de la Revolución Industrial. En el siglo XVII, Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe, que era también empresario y espía, publicó una historia sobre el comercio inglés que muestra el proteccionismo aplicado desde el siglo XV.
Esta política sigue hasta el siglo XIX, cuando el Reino Unido se vuelve partidario del librecomercio porque ya ha desarrollado plenamente su industria, de modo que no necesita protegerla.
Lo curioso es que inmediatamente borra su propia historia y pregona lo que no practicó para desarrollarse, es decir, le exige al resto del mundo que adopte el Libre Comercio.
Estados Unidos no siguió el ejemplo que pregonaba el Reino Unido.
En el siglo XIX y en las primeras décadas del XX, EE.UU. fue el país más proteccionista del mundo. Eso sí, una vez que desarrolló plenamente su industria, exigió al resto que se convirtieran al Libre Comercio.
La lista de países que usaron una estrategia similar es muy larga: Francia, Japón, Alemania, Finlandia, Italia, Noruega, Austria, entre otros.
En su libro usted menciona el caso de su propio país, Corea del Sur.
Nací en 1963. En esos años, el ingreso per capita de Corea del Sur era menos de la mitad del de Ghana.
En 1977 el ingreso per capita ya era de US$1.000 y el país se había convertido en un gran exportador de coches, semiconductores y otros productos de alta elaboración manufacturera.
Corea del Sur aplicó todas las recetas que los países desarrollados dicen que no hay que aplicar: subsidios, proteccionismo, planes estatales, intervencionismo.
No digo que esta política sea una varita mágica. Lo que digo es que si uno estudia la realidad de los países en desarrollo de la posguerra, la historia oficial que pregona el neoliberalismo con el FMI y el Banco Mundial a la cabeza, no se condice con la realidad.
El milagro japonés es un ejemplo bien claro, pero también lo es China o Corea del Sur.
Se habla, por ejemplo, de los años '60 y '70 como "la época negra del proteccionismo" en el Tercer Mundo.
El ingreso per capita durante esa "época negra" de México fue del 3,1 %. Entre 1985 y 1995, el período en que empieza la liberalización económica, fue del 0,1% y con el supuesto paraíso de libre comercio del NAFTA, creció un 1,8% entre 1995 y 2002.
¿No cambia esto con transacciones en los mercados financieros que se hacen en microsegundos gracias a la revolución tecnológica?
Uno de los mitos del capitalismo que analizo es precisamente esta idea de que la globalización es inevitable debido a internet.
El telégrafo en el siglo XIX produjo una revolución de las comunicaciones mucho mayor que internet.
Antes del telégrafo se tardaba dos semanas en barco transmitir un mensaje transatlántico. Con el telégrafo, se redujo a siete minutos.
Y si se compara ambas épocas, el mundo del barco a vapor y el telégrafo, estaba mucho más globalizado que el de los años '40, '50 y '60 del siglo XX, a pesar de la enorme diferencia tecnológica.
Es cierto que las transacciones financieras que se hacen en segundos, pero ¿por qué son posibles esas transacciones? Porque los mercados financieros fueron desrregulados.
El recurso a la tecnología es una manera de negar que en realidad se trata de una decisión política.
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