Venezuela: La maldición del estatismo
La planta insolente del extranjero.... bla blá blá....A 200 años de su independencia Venezuela es aún un país en búsqueda de identidad y de rumbo cierto. Bajo el liderazgo de dictadores, improvisados, iluminados, flojos, caudillos y déspotas de todo tipo, el país no ha sido capaz de despegar hacia el primer mundo. Cada 40 años, o hasta con más frecuencia, el país ha visto montarse en el poder a un hombre fuerte: José Antonio Páez, José Gregorio Monagas , José Tadeo Monagas , Julián Castro, Juan C. Falcón, A.Gúzman Blanco, Joaquín Crespo, Cipriano Castro (en la foto), J.V. Gómez, Marcos Pérez Jiménez, Hugo Chávez. Bajo la bota de estos déspotas el pueblo venezolano ha permanecido esencialmente sumiso, callado. Solo una vez se ha levantado como pueblo, contra Pérez Jiménez. De resto, muchas de las sucesiones de un líder a otro fueron llevadas a cabo mediante golpes militares sangrientos o palaciegos, sin que el pueblo tuviera mucho que decir. Aún los períodos de democracia, de 1935 a 1945; 1946-1948 y, luego desde 1958 a 1998, estuvieron signados por gobiernos mayoritariamente populistas. Hemos tenido buenos momentos, con gobiernos moderados y civilistas como los de López Contreras, Medina Angarita, Gallegos, Betancourt, Leoni, y Caldera I pero la balanza se ha inclinado hacia las tragedias autoritarias.
Una constante histórica ha sido el sesgo estatista de nuestros líderes políticos, el cual ha prevalecido independientemente de las diferencias ideológicas que los presidentes democráticos o los déspotas pudiesen haber tenido. Por alguna razón casi todos nuestros dictadores y presidentes han tenido una noción caricaturesca y patriotera de la soberanía nacional y han mostrado una patológica adoración por el estado, sin pensar en la nación. Un Cipriano Castro pomposo, un Pérez Jiménez y su semana de la patria, un Carlos Andrés Pérez tercer mundista, un Caldera que odiaba a los gringos, un Chávez obsesionado por destruír al imperio, un Gómez rústico y militarista, le han dado primordial importancia a una noción de soberanía que tiene mucho más que ver con miedos y complejos de inferioridad.
Citemos algunos ejemplos. Desde que tengo uso de razón he oído que “el petróleo es nuestro”, que no es de nadie más, que lo “nuestro es nuestro”, y que “Venezuela se respeta”, gritos de guerra que han reemplazado un verdadero sentido de soberanía. Desde hace décadas he observado como nuestros líderes usan, con una veneración casi religiosa, el discurso ultranacionalista, siempre rayano en lo cursi, como aquello de Cipriano Castro sobre “la planta insolente del extranjero”. Estos líderes han querido hacernos creer (o, han creído de verdad) que éramos el ombligo del universo. Ya Cabrujas se burlaba de estas pretensiones, cuando escribía sobre el Papa escuchando el Popule Meus todos los Viernes Santos o el lugar de honor que ocupaba el vino de piña de Carora en el menú del “Tour D’Argent”. No hemos aprendido a ser un pueblo sin complejos.
Recuerdo como los gobiernos adecos y copeyanos nos hablaban de convertir a Venezuela en un Rhur tropical y de liderar el tercer mundo. La vida de varias generaciones ha transcurrido en una Venezuela signada por el ultra-nacionalismo y el estatismo, por la desconfianza de nuestros líderes en el sector privado de la economía, por el resentimiento hacia los más civilizados. Mientras ello ocurría, otros países con menos recursos naturales que el nuestro, como Chile, Corea del Sur, Taiwán y Uruguay marchaban sin complejos hacia el primer mundo.
Ahora, hacia el final de mi viaje, veo que toda esta parafernalia ridícula y patriotera no nos ha legado mucho más que atraso. La Venezuela de 2011 está escasamente al nivel de la Venezuela de hace 70 o más años, en todo lo relacionado a infraestructura, educación, salud, seguridad personal y soberanía alimentaria. En muchos sentidos estamos peor. En ese intervalo hemos producido unos 70.000 millones de barriles de petróleo que ya no volverán, sin haber utilizado su ingreso para construir un país mejor. Por el contrario, esta Venezuela de hoy nos da lástima, dolor y verguenza.
Hemos asistido a un horroroso fracaso.
Me pregunto: que es lo que nosotros queríamos ser como país y que es lo que estos líderes, arriba mencionados, decidieron que fuésemos?
Creo que los venezolanos nos hubiésemos conformado con ser felices como pueblo, con vivir en libertad, respeto mutuo y prosperidad, sin tratar de ocupar la cúspide del universo, sin ser una potencia industrial o líder del movimiento tercermundista. Un país con un puesto bien ganado en el concierto de los países civilizados del planeta.
Lamentablemente, nuestros líderes (con escasas excepciones) han pertenecido a dos grandes grupos: el grupo de los corruptos, quienes querían poder y riquezas y el grupo de los ilusos, quienes pensaron que podían hacer de Venezuela un país líder de naciones. Estos dos grupos se combinaron para siquitrillarnos como país.
Les deseo mejor suerte a los venezolanos del futuro.