A Chávez le queda el lumpen

Román José Sandia

Jueves, 24 de febrero de 2011

Al inicio de la pesadilla chavera, recién triunfante Hugo Chávez en los únicos comicios limpios en que ha participado (6 de diciembre de 1998), Carlos Andrés Pérez dijo: “A Chávez lo apoya es el lumpen”.

Pero, ¿qué es el lumpen? La expresión, como fue popularizada por Marx y Engels, es “lumpenproletariat” que traducida al español sería lumpenproletariado y según el Diccionario de Ciencias Sociales y Políticas supervisado por Torcuato S. di Tella (Buenos Aires, Puntosur, 1989) es un término “utilizado para designar a vagabundos, prostitutas, mendigos, maleantes y jóvenes callejeros, incluyendo por extensión a los individuos de los estratos inferiores de la sociedad que, en su práctica concreta, muestran carencia de conciencia de clase. Literalmente significa “proletariado en harapos” y conlleva una fuerte carga peyorativa”.

Hoy, a doce largos años de aquella infausta jornada, se puede decir que CAP se equivocaba de medio a medio. Si bien Chávez era expresión del resentimiento y no de un proyecto de redención social, estructurado en un programa político y apoyado por un partido institucionalizado, su triunfo y la llegada al poder se los debe a la clase media. Fue ésta la que votó masivamente por esa candidatura que armaron, entre otros, Luis Miquilena, José Vicente Rangel y Alfredo Peña y que tuvo importantes apoyos en los medios de comunicación y entre importantes empresarios.

Fue ese sector de la clase media, influido por la antipolítica, que vio primero en una reina de belleza, Irene Sáez, su salvación y luego “Por estas calles” (novela transmitida por la RCTV de Marcel Granier, aun después de que el escritor original del proyecto renunciara al mismo) mediante, apoyó al golpista fracasado y magnicida frustrado (derrotado por CAP) del 4 de febrero de 1992. Era la clase media esnobista que se acercaba (y se acerca) a la política como quien ve una revista Hola y escoge su candidato o candidata de acuerdo a la belleza y a la pinta. Ya veremos en las encuestas presidenciales para el 2012 salir varias candidaturas fashion.

Esa clase media, venida fundamentalmente de la periferia y la militancia masista, copeyana y adeca, votó por Chávez como en un acto irreflexivo de venganza y, al igual que hicieron los peruanos en 1990, prefirió votar por un oscuro y desconocido personaje que por un candidato que presentaba una trayectoria y un programa verificables.

De manera que esa vez se equivocó CAP con su frase lapidaria: no tenía sustento en la realidad. No fueron los vagos ni las putas (las pobres porque las acomodadas no pertenecen al lumpen) los que hicieron Presidente a Chávez. Fue gran parte de la clase media, instigada por una porción de las elites política, mediática y empresarial. Fue una equivocación, de CAP, parecida a la que cometió cuando dijo aquella frase con la que pretendió desmarcarse de su responsabilidad en el estallido de la revuelta y la represión del Caracazo: “Fue una guerra de pobres contra ricos”. ¿Pobres contra ricos el saqueo de abastos pequeños y bodegas por los vecinos de los dueños? ¿Pobres contra ricos los saqueos de los sifrinos que saquearon a las tiendas de lujo? ¿Pobres contra ricos las quemas de autobuses, jeeps y camioneticas que hicieron sus pasajeros, los más pobres contra los más pelabolas transportistas?

Pero quedó la frase. Como quedó la del lumpen sobre Chávez. Si bien ésta no era una expresión fehaciente de lo que había pasado electoralmente ni del contundente apoyo que tuvo Chávez en los primeros meses de su desgobierno (aunque nunca el mentiroso 95% de aprobación, que siguen diciendo algunos -como el funcional Luis Vicente León- que Chávez tenía para cuando entró en Miraflores). Bien, si no era un certero diagnóstico de CAP sobre la conformación del apoyo popular a Chávez, ahora sí podemos decir que era una profecía. Una profecía totalmente confirmada por los hechos hoy, después de una docena de años de chavismo en el poder.

Para ello me baso en mi experiencia personal que incluye lo que leo, veo y escucho en la radio, la TV, la prensa escrita e Internet.

Tengo el testimonio palpable, casi diario, que recibo de los borrachitos que me encuentro en la vía pública, mientras hago mi caminata matutina. Todo paseante citadino venezolano sabe de cómo ha aumentado la presencia de indigentes y alcohólicos en las calles. En muchas cuadras del centro de Mérida, por ejemplo, se pueden observar a gentes que duermen en las aceras en medio de los olores nauseabundos de su falta de aseo y de los orines que dejan otros borrachos, estos no tan indigentes. Pues bien, muchas veces soy abordado por estos personajes para solicitarme ayuda monetaria. Casi nunca les doy, porque tengo un prejuicio desde mis días de boy scout: no dar plata a borrachos, aunque me aclaren que es para comer. Pero una que otra vez falto a mi palabra y les doy una pequeña moneda. Otras veces, les recomiendo acercarse a la Gobernación para que le pidan al gobernador chavista.

Es, entonces, cuando recibo imprecaciones, insultos y manifestaciones de apoyo irrestricto al régimen del teniente coronel. Todos los borrachitos que me hablan, sin excepción, dicen que no van a molestar al gobernador pero que se sepa muy claramente que ellos están con el proceso. Y que son chavistas a rabiar o morir o lo que ocurra primero. Es una ofensa decirles que ellos tienen derecho a algo de lo que reparte Chávez por el mundo, a -por ejemplo- una parte de lo que le ha regalado –entre otros impresentables dictadores- al tambaleante Gadaffi, posible huésped de la revolución bonita, si es finalmente defenestrado de sus palacios de Trípoli.

Ese es el núcleo duro, como subclase social, que apoya a Chávez: los borrachos, los vagos, los maleantes. Entre otras cosas porque los ha dejado por la libre. Nadie puede negar que en estos doce años se haya vendido más alcohol que nunca en nuestra historia. Los que ya dejamos los torneos etílicos de nuestra primera y segunda juventud, podemos seguir saboreando algún vaso de güisqui (¿qué fea esa grafía en español oficial no?) o unas copas de vino tinto, nunca como en esta era revolucionaria hemos tenido a la mano más grande catálogo, inimaginable hasta en los tiempos de la Gran Venezuela del primer CAP. Claro, los pobres pitiyanquis, pagados por la CIA, no hemos ni visto de lejos una botella de vino Petrus cuyo precio ronda los 17.000 euros, famosa libación hecha por una representación chavera en París, para orgullo de todos nosotros. Qué se puede decir, entonces, del aumento del consumo de miche callejonero y del anis con bebida euforizante, principal obsequio de las marchas portátiles de la avenida Bolívar de Caracas, como recién ha reconocido el nuevo jefe de la Asamblea Nacional, Soto Rojas (el mismo, el que mandó a callar a la nepótica Cilia): “Esas marchas del comienzo del gobierno eran puro aguardiente, una `palazón´”.

De los malandros, rateros, asesinos por motivos baladíes, culpables de los más de 150.000 muertos que tiene entre pecho y espalda Chávez como garante de la vida en Venezuela, sabemos de su agradecimiento al dejarlos armarse como les ha dado la gana y gozar de la más grande impunidad que planeó la reforma judicial de Gómez Grillo y aplica Tarek El Aisami.

Sobre las putas, no sé. Me jubilé de ese mundo hace muchos años. Y en realidad lo frecuenté muy poco. Era la generación merideña anterior a la mía la habitué de Cuatro Piedras y El Guararé, burdeles de postín de los años 50. Ellos son quienes se deleitan recordando sus aventuras y los nombres de señoras de la mala vida (o de la buena). Pienso que en ese sector el apoyo a la revolución debe guardar la proporción que tiene en el electorado total: palo abajo (sin alusiones a los clientes sin Viagra).

Pero en lo que sí la pegó por completo la profecía de CAP sobre el lumpen como único apoyo al chavismo, es en lo que se refiere a los intelectuales que continúan en el proyecto fascista del comandante o comediante castrocomunista barinés. Es el propio lumpen de la clase intelectual, política y académica lo que le queda a Chávez.

Y como esto ya salió más largo de lo que pensaba ponga usted, estimado lector, los nombres de los diputados en harapos que siendo abogados asesinan la Constitución continuamente; de los animadores de TV en harapos que insultan y mienten diariamente en la cloaca de todos los venezolanos; de los profesores universitarios en harapos que apoyan el voto de todos los funcionarios y obreros para elegir las autoridades de su centro académico pero que en sus casas no permiten que la señora de servicio decida si puede barrer antes de cocinar; de los filósofos en harapos a quienes prologa y edita su “Obra Selecta” un paisano, el destituido –por corrupto- gobernador del estado Apure, capitán Aguilarte; de los articulistas en harapos que no le tiran ni una a Chávez pero si muestran su “caja de herramientas” para hablar paja y resucitar el marxismo del cual abjuraron a favor de la postmodernidad hace más dos décadas; de los escritores en harapos que editaron panfletos anti populistas disfrazados de investigación sociológica y ahora que tienen al populista mayor al frente se rinden a sus pies; de los cineastas en harapos que se chulearon a la llamada cuarta república para filmar lo que quisieron y hoy son abyectos mandaderos de las películas que se le ocurren al comandante.

Me refiero a harapos éticos, políticos e intelectuales, que los otros, los trajes que lucen no son harapos, como se puede ver en cualquier foto de Noam Chomsky, Gianni Vátimo, Ignacio Ramonet, Oliver Stone, Sean Penn y Danny Glover. Porque también me estaba refiriendo al lumpen intelectual internacional que apoya a Chávez pero no a Mubarak ni a Gadaffi.