Gonzalo Himiob Santomé: Mourdock, el aborto y la voluntad de Dios:
Para nosotros, Richard Mourdock es un ilustre desconocido, pero este señor que está en campaña política, es un candidato republicano al senado de EEUU que hace poco mostró su desacuerdo con el aborto de las mujeres que habían sido víctimas de una violación, o de incesto. En su decir, aún cuando la vida humana comience de esa manera, ello es parte de los “designios de Dios”, es decir, “algo que Dios quiso que ocurriera”. En Paraguay, como en otras partes del mundo, se acaba de despenalizar el aborto. El tema entonces está más vivo que nunca, y es importante traerlo a colación para desmadejar, dentro de nuestras modestas posibilidades, algunas de sus aristas. Es necesario poner sobre la mesa algunas ideas que nos lleven a todos, al menos, a pensar con seriedad, coherencia y pragmatismo sobre el aborto.
Ya me imagino a muchos de mis lectores, especialmente a las mujeres, arqueando las cejas y dedicando epítetos nada halagadores a lo dicho por Mourdock. Nada cuestionable, en principio, dado que es criterio general, que comparto, que la violación es uno de los crímenes más abominables que existen. En pocas figuras delictivas se vulnera de manera más drástica y definitiva, no sólo la integridad física y psicológica de las personas, sino además el valor de la “libertad sexual”, entendido como nuestra humana capacidad para decidir con quién, y en qué términos, tenemos relaciones sexuales o no. Sin embargo también intuyo que muchas de las personas que de entrada desaprueban lo afirmado por Mourdock, son creyentes en Dios, e incluso son fieles practicantes de su fe. Guardemos esa idea, de momento, en nuestras mentes.
Sobre el castigo penal del aborto se debate mucho en los foros de bioética del mundo entero. No somos ajenos a estas discusiones, aunque justo es decir que las mismas en nuestro país no han trascendido ni han significado, por ahora, cambios legislativos de importancia. En Venezuela se castiga el aborto desde 1897, y las normas que lo contemplan como delito no han sufrido desde entonces mayores modificaciones. Castigamos el aborto, entendido como la destrucción voluntaria del producto de la concepción humana antes del nacimiento, sin contemplaciones. La única excepción no punible es la del “aborto terapéutico”, que implica que éste sea el único medio que exista para salvar, si corresponde, la vida de la parturienta. En esos casos nuestra legislación subordina la “vida humana intrauterina”, por algunos también llamada la “expectativa de vida”, a la “vida humana extrauterina”, o lo que es lo mismo, a la vida humana ya nacida.
Pareciera que son muy severas nuestras normas penales sobre el aborto, y que la existencia de una única excepción a la punibilidad del mismo refleja una dura posición colectiva contra tal delito. Sin embargo la realidad nos devuelve otra visión: Más allá de lo que dicen las leyes, el aborto es una verdad sociológica. Velada, oculta, secreta, pero incuestionable. Todos conocemos, así sea por referencia, a al menos una mujer que se ha practicado un aborto, y si esto es verdad en los estratos socioeconómicos más favorecidos, más aún lo es en los menos favorecidos.
¿Qué está pasando entonces? Pues muchas cosas, queridos lectores. Tenemos una altísima precocidad sexual, moldeada con base en las distorsiones sobre el amor y el sexo a las que nos exponen algunos medios masivos de comunicación, a la que se suman un muy deficiente sistema educativo, lastrado además con taras culturales muy añejas, y también evidentes desestructuraciones familiares. Todo esto no puede sino terminar en un importante número de embarazos no deseados, especialmente entre las más jóvenes y humildes. A esto añadamos que los métodos anticonceptivos no son baratos y que muchas mujeres, en una economía como la que padecemos, no pueden destinar parte de sus recursos a protegerse no sólo de enfermedades, sino de quedar embarazadas.
Todo ello, sumado al carácter penal del aborto, ha forzado a la clandestinidad. Que muchas mujeres en Venezuela abortan es algo que todo el mundo sabe, pero de eso poco se habla, y sólo a veces se ve una noticia que tenga que ver con el tema, normalmente cuando se allana o interviene alguna “clínica” en la que las muertes de las mujeres que acuden a estas empiezan a ser más numerosas que los abortos que allí se procuran. La cosa es más grave aún, pues si seguimos al pie de la letra lo que dice nuestra Constitución, que protege a la maternidad “desde el mismo momento de la concepción” (Art. 76), nos encontramos con que muchas de las prácticas socialmente aceptadas como anticonceptivas serían en realidad prácticas abortivas punibles.
La concepción, entendida en el sentido religioso tradicional, se da cuando el óvulo es fecundado por el espermatozoide. Allí ocurriría la “animación”, o lo que es igual la incorporación del alma (ánima) al ser humano. Así los “curetajes”, las “píldoras del día siguiente” y otros métodos similares, no serían métodos anticonceptivos sino abortivos, pues desde que el óvulo es fecundado, prospere o no el embarazo, ya existiría en la mujer una individualidad humana con alma, que no se puede destruir voluntariamente, porque eso sería a la vez delito y pecado.
Contra la teoría de la animación han surgido las teorías laicas de la “anidación”, que señala que el embarazo realmente comienza cuando el óvulo fecundado se anida en el útero materno; y la de la “indicación” o “por plazos”, que prescribe que sólo un tiempo después de la anidación (luego de unas 12 semanas) es que puede hablarse legalmente de un embarazo. Sin embargo la religión, especialmente la Iglesia Católica, no comparte estas últimas posturas y desde antes incluso de la Encíclica Papal (Casti Connubi) de Pío XII en 1930, se mantiene plegada a la doctrina de la animación.
Ahí les dejo esa. Les pedía antes que guardáramos en nuestra mente el comentario sobre que algunos de los detractores a priori de Mourdock fuesen fieles creyentes. Ahora les pido que meditemos sobre eso. No puedes creer en Dios y ser católico practicante, por ejemplo, y a la vez aceptar el aborto, ni siquiera en casos tan graves como los de violaciones o incesto. Eso sería incoherente.
Yo, por mi parte, abogo por una comprensión del tema que tome en cuenta no sólo el aspecto ético y moral, sino además la realidad material en la que vivimos. Mientras muchas mujeres, especialmente las más pobres, se vean forzadas a abortar a la sombra, poniendo en riesgo sus vidas sólo porque no hemos sabido sacarlas de la pobreza o formarlas para una sana sexualidad; mientras no cumplamos con nuestro deber ineludible de enseñarles a nuestros hijos, y a la ciudadanía en general, los méritos de una sexualidad responsable, hay mucho de hipocresía en eso de querer castigar el aborto sobre la base de criterios legales que en mucho vienen “preñados”, valga la expresión, de una marcada valoración ética, que como tal y por respetable que sea, es absolutamente subjetiva e individual.
@HimiobSantome
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