Escribió Doris Lessing en sus memorias que su segundo marido, dirigente comunista alemán, la subyugó con una frase con la cual comenzaba todas sus alocuciones: “Hay que diferenciar la contradicción principal de las secundarias”. Gracias a esas palabras, el tremendo desorden mental de esa jovencita que llegaría a ser una de las más grandes escritoras de su siglo, comenzaba a estructurarse: el caos se convertía en sistema, y la inseguridad en certeza.
Mao Tse Tung fue más allá del marido de Doris Lessing. Con esa simpleza más confuciana que marxista con la cual cautivó a Henry Kissinger, establecía que siempre hay que hacer la diferencia entre la contradicción principal con la parte principal de la contradicción. De más está agregar que para los jóvenes de mi generación, a mediados del pasado siglo, esas frases que hoy nos parecen tan elementales, eran reveladoras.
Sin embargo, hasta las más grandes revelaciones terminan por aburrir. Así ocurrió un día que asistía a la clase de un renombrado profesor marxista de la Universidad de Chile quien no se cansaba de repetir: “hay que diferenciar la contradicción principal de las secundarias”. De pronto, uno de esos estudiantes anárquicos que nunca faltan, preguntó: “Profesor ¿y quién determina cuándo una contradicción es principal o secundaria?". El maestro lo miró de modo homicida; mas, sobreponiéndose al desacato, soltó una larga tirada teórica sobre las leyes de la historia. No obstante– y eso fue lo decisivo- no respondió a la pregunta.
Quien respondió a la pregunta – quién lo iba a pensar- fue el mismo Mao Tse Tung.
Durante los años cincuenta, afirmaba el líder chino que la contradicción principal era la que existía entre el comunismo y el capitalismo y la parte principal de la contradicción era entre China y el imperialismo norteamericano. Pero a comienzo de los sesenta, Mao escribió que la contradicción principal era entre capitalismo y comunismo, y la parte principal de la contradicción era entre China y el social-imperialismo ruso. A fines de los sesenta, Mao afirmó, en cambio, que la principal contradicción era entre China y el imperialismo ruso y luego se acabó la diferencia con la parte principal de la contradicción.
“Chino sinvergüenza” –me dije-: “arregla la historia universal según su conveniencia”. Pero al menos, gracias a Mao obtuve la respuesta, respuesta que hoy puedo formular en forma de tesis. La tesis dice así: “No existe una contradicción principal, válida para todo tiempo y lugar, sino sólo para quienes la plantean”.
De este modo, para una persona moralista, la contradicción principal será entre el bien y el mal. Para una religiosa, entre Dios y el diablo. Para quien crea en macrosistemas, entre capitalismo y comunismo. Para los enloquecidos líderes de Sudamérica, entre “Patria o Muerte”. Para economistas soporíferos, entre neoliberalismo y estatismo. Y para más de algún argentino, entre Boca y River.
Lo dicho no significa por cierto suscribir una posición nihilista tipo New Age (“todo da igual”). Las contradicciones principales existen, es lo que quiero acentuar, pero ninguna es universal. O dicho de acuerdo a mi tesis, existe sólo para quienes las plantean. Es por eso que yo sugeriría que siempre cuando alguien quiera establecer alguna contradicción principal, escriba antes, “desde mi perspectiva”, “según mi experiencia”, o simplemente: “para mí”. Nadie tiene el derecho de imponer sus contradicciones a los demás.
Voy a poner un ejemplo. Para mí, desde mi perspectiva, y según mi experiencia, la contradicción principal que cruza políticamente al mundo de hoy (escribo políticamente, no social, no económica, no culturalmente) es la que se da entre democracia y dictadura. Me explico:
Si aceptamos que la evolución de lo simple hacia lo complejo existe (es la premisa) eso quiere decir que así como hay una evolución económica -que va de la recolección y la caza, sigue a través de la agricultura y la ganadería, luego pasa por la industria pesada, hasta llegar a la industria digital- hay también una evolución política.
De la horda a la dominación tribal; luego la monarquía absoluta, pasando por la monarquía parlamentaria, hasta llegar a la democracia moderna –la peor forma de gobierno con excepción de todas las demás (Churchill)- hay una indesmentible evolución. Y como ocurre en toda evolución, la política también reconoce involuciones, aunque al final esa luz efímera que asomó por primera vez en Atenas se mantiene e impone. En fin, creo que cuando Benedetto Croce escribió su libro clásico: “La historia como hazaña de la libertad”, no estaba equivocado.
Habrá por lo tanto que hacer justicia al siglo XX. Cierto es que fue el más cruento de la historia. Pero también es cierto que las dos más grandes contrarrevoluciones antidemocráticas de la era moderna, la nazi y la comunista, fueron derrotadas. Más aún: las revoluciones democráticas del siglo XX han sido continuadas por movimientos sociales (feministas, ecologistas y, más recientemente, protestas en contra de la globalización financiera, culminando con “los indignados” de la Puerta del Sol).
Las rebeliones antidictatoriales del mundo árabe, religiosas o no, son parte de la larga caminata que alguna vez llevará hacia esa comunidad republicana de naciones con la cual soñaba Emmanuel Kant.
Incluso en América Latina, la era caudillista y militar que se originó desde los días independentistas, va quedando atrás. Cierto es que hay fuertes regresiones. Los personalismos autocráticos emergidos a finales del siglo XX y consolidados a comienzos del XXl representan en el fondo compromisos entre la dominación dictatorial que primaba en el pasado y la forma democrática que hoy tiende a predominar a escala mundial.
Luego, si aplicamos la antigua tesis de Mao a la política contemporánea, tendríamos que decir: la contradicción política principal de nuestro tiempo es la que se da entre dictadura y democracia.
Y, visto el tema desde una perspectiva latinoamericana, sería posible agregar: la parte principal de la contradicción es la que se da entre proyectos militaristas y/o autocráticos (Venezuela, Nicaragua, Bolivia entre otros) y proyectos políticos democráticos. Pienso, además, que esa contradicción no sólo existe entre diversas naciones, sino también al interior de cada una de ellas.
También pienso que si el día 07. de Octubre triunfa en Venezuela el proyecto democrático y social de Capriles por sobre el proyecto militarista, mitómano y autocrático que representa Chávez, la lucha por la democracia continental habrá dado un gran paso adelante.
fernando.mires@uni-oldenburg.de
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