Politeia
versión impresa ISSN 0303-9757
Politeia v.30 n.38 Caracas jun. 2007
La influencia de la formación militar de Francisco de Miranda en su actuación político-militar en Venezuela (1811-1812)
Influence of Francisco de Mirandas military background on his political and military actions in Venezuela (1811-1812)
Fernando Falcón
Introducción
El pensamiento político está dotado de una lógica interna mediante la cual la toma de partido por determinadas premisas induce a la adopción de conclusiones congruentes con aquéllas y/o viceversa. En este sentido, es indubitable la relación entre determinadas premisas políticas y sus respectivas conclusiones de carácter militar, cuando se trata de hacer frente a problemas tales como la supervivencia del Estado, las relaciones internacionales, la violencia política y la guerra.
En todo pensamiento político subyace una determinada concepción de la violencia política y de la guerra como su forma más extrema. De igual manera, en todos los niveles del pensamiento militar subyace una determinada idea de la política, fundamentalmente aquella que relaciona la misma con el conflicto (Liddell-Hart,1932). Para la época de formación y actuación de Francisco de Miranda, la estructura de defensa de un Estado, de conformidad con las lecturas ilustradas de finales del siglo XVIII, se desarrollaba como corolario a la organización del Estado. En efecto, Paul Du Chastelet en su Politique militaire ou traite de la guerre (1756) abordaba el problema de la guerra y sus formas en dependencia directa con la estructura del Estado. Henry Lloyd (1777), glosando a Montesquieu en el área militar, establecería las relaciones existentes entre formas políticas y la teoría de la guerra en suFilosofía de la guerra. Guibert en el Essai generale de tactique (1772) plantearía la cuestión en términos que implicaban la necesaria transformación del Estado para llevar a cabo una transformación radical en el Ejército y la Armada.
Del mismo modo, como lo ha demostrado J.A. Pocock (1985) en el campo de la historia intelectual, todo texto de carácter militar puede concebirse como inmerso en un paradigma que crea contextos de significado a las palabras (1985:1-26). La adopción de determinado modelo militar, ya sea político-estratégico, táctico-operacional u organizativo implica en sí mismo un paradigma dentro del cual se mueven los ejércitos y como tal condiciona el pensamiento y el lenguaje. (Fuller, 1979; Boudet, 1967). Desde esa perspectiva, la historia del pensamiento político-militar puede ser definida como "una historia de cambio en el empleo de paradigmas, la exploración de paradigmas y el uso de paradigmas para explorar paradigmas" (Pocock, 1972:23). Siendo Miranda producto de una determinada formación intelectual en el campo político-militar, los aspectos más creativos y originales de su visión en dicho campo deben entenderse como una serie de reacciones y/o adaptaciones basadas en el cuerpo de creencias que heredó y a los que básicamente continuó adhiriéndose. Estas consideraciones jalonan el desarrollo del presente trabajo.
A tales efectos, el propósito de esta contribución es analizar la trayectoria militar de Francisco de Miranda entre 1811 y 1812, fechas de su actuación militar en Venezuela durante la llamada "Primera República". Para el logro de este objetivo dividiremos la presente ponencia en tres partes: en la primera presentaremos el ambiente intelectual militar en que se desarrolla la carrera militar de Francisco de Miranda y los cambios y tendencias prevalecientes en la actividad castrense durante esa época. Una segunda parte estará destinada a describir y analizar la formación y la actuación militar de Miranda, y la tercera parte estará destinada a explicar los factores que incidieron en su actuación pública en Venezuela durante la Primera República. Finalmente, enuncio las conclusiones correspondientes.
La formación militar de Francisco de Miranda en el campo de la práctica, con anterioridad a su actuación militar en Venezuela, puede circunscribirse a tres grandes momentos previos: su proceso de inicio en la vida militar, su experiencia en la Guerra de Independencia de Estados Unidos, y su actuación militar como comandante de Grandes Unidades de Combate durante las guerras de la Revolución Francesa.
La formación militar de Miranda se inicia con un acontecimiento que si hoy pudiera parecernos desusado, no era tal cosa en la Europa del siglo XVIII. Para la época, la formación normal militar empezaba a temprana edad, entre los 10 y los 16 años, mediante el servicio como cadete en una unidad de Infantería o caballería durante un lapso entre año y medio y dos años, luego de los cuales se ascendía a subteniente o alférez. Para el caso de las llamadas armas facultativas (Artillería e Ingeniería), los cadetes estudiaban dos años en institutos especiales de formación (en España, el de Segovia), los cuales dieron origen a las modernas academias militares. Debe notarse, entonces, que Miranda careció de ese tipo de formación básica.
El futuro precursor compraría en la Corte su grado de Capitán en el Regimiento de Infantería de La Princesa y como tal iniciaría sus actividades militares en las posesiones españolas del norte de África. Participa luego en la defensa de Melilla (1774-1775) contra las fuerzas del Sultán de Marruecos y en la expedición española contra Argel (1775). Allí combatirá contra un enemigo inusual para la época, que cree en el sacrificio de la propia persona en interés de la causa mayor, la religión, y allí asimismo dará la primera prueba de su independencia de criterio, al presentar a sus superiores jerárquicos un plan para romper el sitio que sufrían las tropas españolas y batir al enemigo a campo raso. Esta iniciativa, así como las críticas que expresó sobre la conducción de la expedición a Argel, le granjearon la malquerencia de algunos superiores, en especial del propio comandante de dicha expedición, el mismísimo Conde de OReilly.
La mayoría de los biógrafos de Miranda, por no decir todos, se limitan a relatar este incidente como muestra de la gran cantidad de vicisitudes por las que hubo de pasar el futuro precursor. No obstante, nos resulta necesario referirnos a las características del hombre a quien se enfrentó Miranda durante esa época. Alejandro OReilly, irlandés al servicio de España, inició el proceso de adaptación de las enseñanzas de las últimas guerras europeas al carácter, idiosincrasia y organización del Ejército de Carlos III. OReilly, luego de estudiar convenientemente las organizaciones militares prevalecientes en Austria, Prusia y Francia, recomendó la adopción de la táctica prusiana, lo que implicaba una modificación en la estructura regimental adoptada por Felipe V, para sustituir el antiguo Tercio.
En 1764 finaliza la misión reformadora de OReilly, mediante el establecimiento de un sistema de Unidades de Milicia de Infantería, Caballería y Dragones y la promulgación del Reglamento de Milicias de la Isla de Cuba, del 15 de junio de 1764, en donde se dictan las pautas del primer modelo reformista llevado a cabo en territorio americano en materia militar, modelo que se extenderá paulatinamente en el mismo. En 1765 es adoptado en Puerto Rico, hacia 1768 en Venezuela y en el decenio posterior a 1770 en Louisiana, Florida, Nueva Granada, Perú, Quito, Guayaquil, Buenos Aires, Santiago y Paraguay. Es considerado el artífice de la modernización militar llevada a cabo por Carlos III. Tal era la influencia y el hombre con el que se malquistase Miranda.
Un poco después, ya transferido a una nueva unidad táctica, la cual es enviada a La Habana, le permitirá en 1781 acompañar a las tropas españolas que refuerzan el sitio puesto por el general Bernardo de Gálvez a la plaza de Pensacola, ocupada por los ingleses en la Florida occidental. Pese a que su conducta en la toma y capitulación de esa Plaza Fuerte en mayo de 1781 le vale ser ascendido a teniente coronel, el elemento más importante de esa etapa de su formación es el contacto con la nueva forma de hacer la guerra que comenzaba a vislumbrarse hacia el futuro, la guerra hecha por ciudadanos armados contra ejércitos profesionales organizados, en la cual estos últimos saldrían ignominiosamente derrotados. En efecto, las victorias de Saratoga, Yorktown y Pensacola abrirán un camino que más adelante vería Miranda repetirse en el continente europeo.
Su experiencia en Francia será mucho más esclarecedora para comprender el pensamiento militar mirandino. Poco después de ingresar como Mariscal de Campo (general de división) al servicio de la Revolución Francesa, Miranda será actor y testigo de una de las batallas más decisivas del hemisferio occidental, por cuanto traza, sin dudas, la línea divisoria, desde el punto de vista práctico de las dos grandes tendencias teóricas en pugna desde mediados del siglo XVIII ( Wanty, 1967; Schnneider, 1964; Parra-Pérez, 1966). Me refiero a la batalla, o duelo artillero como algunos le llaman, que ocurriría en las cercanías de la población de Valmy (en la frontera franco-belga actual) el 20 de septiembre de 1792.
En este hecho de armas, donde a Miranda le corresponde comandar las tropas del ala derecha, se presentarán ante sus ojos dos acontecimientos de naturaleza insólita que contrastaban con el corpus de su formación militar. En primer lugar, que un ejército sin uniformes, disciplina, carentes de instrucción táctica y mal armados pudiesen derrotar a la máquina militar más letal de Europa, el ejército prusiano, formado bajo el molde de Federico II. No sería Miranda el único testigo notable de este hecho. Junto a él, comandando unidades de tamaño compañía, batallón y brigada se hallaban Jourdan, Lecourde, Oudinot, Victor, Mc Donald, Davout, Saint Cyr, Mortier, Soult, Leclerc, Lannes, Massena, Berthier (quien estuvo en Venezuela en 1783), Suchet, La Harpe, Bessières y Kellermann, todos ellos futuros mariscales de Napoleón (Fuller, 1979:II, 395).
Pero el segundo hecho notorio, tanto de la acción en sí de Valmy como de las parciales y preparatorias acciones de Morthomme y de Briquenay, lo constituían la indisciplina y niveles alarmantes de deserción de las tropas que comandaba, situación sólo corregida por Miranda debido a su energía y carácter como comandante de tropas (Jomini, 1818:7; Fuller, 1979).
Esta situación se repetiría a lo largo de su carrera militar al servicio de Francia. En efecto, en las batallas campales en que Miranda tuvo participación directa, tanto la deserción como la desbandada y desorden de las tropas ante los primeros ataques del enemigo, ocasionaron situaciones de derrota o retirada en Maastrich (donde se vio obligado a levantar el sitio) y Neerwinden, donde la dispersión de las tropas francesas ocasionara la ruptura de la línea y con ello la derrota general.
En cambio, en aquellas ocasiones en las que Miranda deba comandar sitios a fortalezas y ciudades aplicando todas las reglas del arte militar prerrevolucionario, como su vieja experiencia de Pensacola o el exitoso sitio de Amberes, la victoria siempre estará de su lado. De modo que la guerra de fortificaciones y los sitios en regla se convertirán para Miranda en la forma más conveniente de hacer la guerra debido, en primer lugar, a su formación teórica y, en segundo lugar, porque de su experiencia francesa recibiría pruebas incontestables ad nauseam, que el arte militar preconizado por Lloyd y Guibert y puesto en práctica por el ejército de la revolución conllevaba en sí mismo el germen de la indisciplina y la anarquía. Así, para diciembre de 1810, fecha de su retorno a Venezuela, sus convicciones y formación sobre ese particular estarían lo suficientemente cimentadas como para determinar su actuación militar durante la llamada Primera República.
La actuación militar de Miranda en Venezuela
Al proclamarse la Independencia en julio de 1811, casi inmediatamente se produce la insurrección de Valencia, que en primera instancia el gobierno de la Confederación pretende combatir sólo con tropas de milicias de la zona (Caracas y valles de Aragua) al mando de los hermanos Rodríguez del Toro, Francisco como Comandante titular y Fernando en su condición de Inspector de Milicias de la provincia.
De conformidad con la organización adoptada, por otra parte muy similar a la adoptada en la expedición a Coro unos meses atrás, la expedición a Valencia pretendía que la sola presencia de las tropas de la Confederación causaría el arrepentimiento y sumisión de los insurrectos. El resultado fue la adopción por parte de los insurrectos de una defensa de reductos dentro de los límites de la ciudad y cubriendo las principales vías de aproximación, lo que terminó paralizando la ofensiva de la Confederación, ocasionando el reemplazo del Marqués del Toro por Francisco de Miranda en el comando de las tropas (Baralt, 1939:I, 112-126).
Al reemprender la ofensiva sobre Valencia, el ejército al mando de Miranda adopta para el logro de sus objetivos las reglas del asedio a la Plaza y la toma de sitios o reductos de manera paulatina a fin de forzar al enemigo a capitular, es decir, una maniobra típica del pensamiento militar anterior a 1760 (Vauban, 1740; Nicolás de Castro, 1760/1953).
El resultado de las disposiciones tácticas de Miranda fue la prolongación del sitio durante más de quince días sin obtener resultados positivos, por lo que no le quedó al futuro Generalísimo otro expediente, previa celebración de una Junta de Guerra, que ordenar un muy "republicano y revolucionario" asalto a la bayoneta sobre las posiciones fortificadas de los insurrectos. El ataque, si bien exitoso, ocasionó que más de la cuarta parte del ejército de la Confederación resultase muerto o herido, estimándose entre 500 y 700 muertos y entre 700 y 1.500 heridos sobre una base total de 5.000 hombres, que conformaban el Ejército Expedicionario (Baralt, 1939:90-92).
El nombramiento de Miranda como Generalísimo, por defección del Marqués del Toro, quien rechazó la designación en abril de 1812, y las sucesivas disposiciones que en materia militar hizo ejecutar, no hicieron más que profundizar la brecha existente entre las dos formas de conducir la guerra, la tradicional, encarnada por Miranda, y la moderna a la que se acogían la mayoría de los comandantes de unidades que servían a sus órdenes.
En efecto, cuando revisamos la formación intelectual de la época y disponible a la mayoría de los comandantes de unidades tácticas (batallones y escuadrones) del ejército de línea o las milicias de la Confederación en el campo militar, observamos que la mayoría de sus lecturas se referían al período comprendido entre Federico II y la Revolución Francesa, es decir, la época de Guibert y Lloyd, mientras que las lecturas de Miranda pudiéramos ubicarlas en el período anterior, es decir, el comprendido entre los escritos de Montecuccoli y Federico II. Sin que esto implique la adscripción estricta a determinada concepción en el campo militar, el tipo de lectura nos permite analizar la formación de una persona en determinado campo del conocimiento humano.
Así, al analizar la formación de Miranda encontramos que cuanto más se discutía en relación con los sistemas modernos de ataque y defensa, según uno de sus contemporáneos, el precursor, "tanto más se encontraba en oposición con el género de nuestros generales modernos que ganaban batallas y tomaban ciudades separándose de las reglas con las cuales los Turenne, los Condé, los Catinat y tantos héroes franceses y extranjeros habían sabido encadenar la fortuna y asegurar la victoria... Creo que Miranda no habría consentido en ganar una batalla, en tomar una ciudad contra las reglas del arte..." (Champagneaux, s.d.:494). En otras palabras, para Miranda, el arte de la guerra tal como se llevaba a cabo desde 1792, no sólo era ineficaz, sino que conllevaba el germen de la anarquía y la indisciplina. Para los oficiales de la Confederación, en especial a los pertenecientes a la llamada Sociedad Patriótica de tendencia jacobina, el arte militar posguibertiano era el más a propósito para desarrollar las virtudes del republicanismo revolucionario (Serviez, 1832:13-24).
Tales desavenencias, entonces, más allá de lo personal, estaban directamente relacionadas con dos concepciones de la guerra en pugna, tanto desde el punto de vista teórico como en relación con su aplicación práctica en los campos de batalla no sólo en Venezuela, sino también en la Europa de entonces. Mal podían oficiales como Bolívar, Montilla, Ribas, Chatillón, Mc Gregor o Du Caylá, formados intelectualmente bajo Saxe, Guibert y Lloyd, estar de acuerdo con su General, que hacía instruir a los reclutas a la prusiana y recomendaba a los oficiales que leyeran Montecuccoli, Vauban, Feuquieres y Du Puget (Mancini, 1910:377).
De allí, del conflicto entre esos dos modos de vida militares partirán las desavenencias que a posteriori lograrán que el papel de Miranda como jefe militar en Venezuela termine siendo objeto de las mayores polémicas historiográficas.
Distintas razones se han esgrimido para explicar las causas del fracaso de Miranda en el plano militar durante el ejercicio de sus funciones de Generalísimo en la Primera República.
Miranda asume el mando del ejército el 1º de mayo de 1812 y emprende la marcha hacia la zona de operaciones, Valencia y valles de Aragua, enviando destacamentos de avanzada sobre San Juan de los Morros, San Carlos y San Felipe, probables vías de aproximación del enemigo. La organización adoptada por el ejército consistía en dos batallones de infantería de línea (de los tres del ejército veterano aprobado por el Plan de Organización de septiembre de 1810), los tres batallones de milicias de blancos de Caracas, los tres batallones de milicias de los pueblos circunvecinos (El Hatillo, El Valle y Petare) (Falcón, 2006:128-132), un batallón de Zapadores ( Ingenieros de Combate), otro de artillería, dos escuadrones de caballería, una representación de los agricultores de Caracas, organizados en una compañía de infantería y un escuadrón de caballería. Completaba la organización un grupo de extranjeros, mayormente franceses e ingleses, agrupados en una unidad independiente de tamaño inferior a la compañía. En otras palabras, Miranda se hace cargo de un ejército de, aproximadamente, 6.000 hombres, el más grande que hubiese operado para la fecha en el territorio de la antigua Capitanía General. (Para el cálculo del número de efectivos del ejército de la dictadura de Miranda, nos basamos en el Plan de Organización de 1810, a razón de 500 hombres para cada batallón de infantería y 150 hombres por escuadrón de caballería. El Batallón de Zapadores lo calculamos como medio batallón de infantería y las unidades de artillería a razón de ocho individuos por pieza.)
Aunque no se dispone de documentación militar sobre los acontecimientos del período, es posible reconstruir el concepto central de la operación militar. Debido a que Monteverde avanzaba hacia el corazón de la provincia de Caracas, con un ejército constituido principalmente por tropas colecticias y cuya base fundamental de combate tenía que basarse en el choque, debido a la falta de municiones y de tiempo para la instrucción del personal, Miranda establece una línea de operaciones destinada a la creación de líneas de fortificación que pudiesen detener la ofensiva enemiga, a fin de desgastar a las tropas de Coro y pasar luego a la contraofensiva destruyendo al adversario impedido de recibir refuerzos por su lejanía con la base de operaciones, todo ello muy de conformidad con los cánones de la guerra de mediados del siglo XVIII.
Para que pudiese llevarse a efecto este plan, hacía falta la posibilidad de controlar la llave de Puerto Cabello a fin de reforzar a la guarnición de Valencia, emprender operaciones ulteriores sobre la línea San Felipe-Barquisimeto-Coro o bien reforzar eventualmente cualquier avance del grueso del ejército sobre San Carlos o Barquisimeto. Así las cosas, se necesitaba en Puerto Cabello un comandante militar amigo de la ofensiva táctica y no un especialista en fortificación o defensa, lo que a nuestro modo de ver explicaría suficientemente el nombramiento de Simón Bolívar como comandante de la plaza de Puerto Cabello como una de las primeras medidas militares tomadas por Miranda (Austria, 1960:I, 298).
Las operaciones realizadas desde la aproximación a Valencia vía Caracas-Valles de Aragua-Guacara, el posterior repliegue y fortificación de La Cabrera, el establecimiento de Maracay como base de operaciones y la ulterior retirada a La Victoria, donde establecería una posición defensiva basada en artillería de alto calibre y fortificaciones de campaña, nos enseñan un Francisco de Miranda practicando el arte militar anterior a los cambios producidos por las revoluciones norteamericana y francesa, lo que en una guerra donde la opinión pública y las victorias en el campo de batalla, así como la ocupación de ciudades a fin de someter a la población a los dictados del régimen que defendía, tenía que implicar forzosamente, dada la formación intelectual militar de sus cuadros, la posibilidad de una conspiración interna para sustituir al mando principal del ejército, como en efecto ocurrió.
Es en este contexto que debe, a nuestro modo de ver, analizarse la conspiración de La Victoria para prender a Miranda y resignar el mando en una junta de jefes de batallón (Austria, 1960:I, 331-333) y el posterior arresto del precursor, luego de la Capitulación de San Mateo, por parte de oficiales descontentos y su entrega a Monteverde, lo que pone, cronológicamente hablando, punto final a la existencia de la Primera República venezolana.
Es fácil darse cuenta de que la concepción militar predominante, basada en el sistema de milicias propio de la tradición española y del lenguaje y la práctica política de la sociedad comercial, no era precisamente la más adecuada para hacer frente a los desafíos de una agresión exterior, que provenía del mismo seno de la Confederación y que, además, por la naturaleza de la estructura militar adoptada, resultaba el menos apropiado para ser adaptado a las medidas enérgicas y eficaces de una dictadura.
El fracaso del generalísimo Miranda, al ser leído desde esta óptica, presenta nuevas perspectivas. Miranda era un dictador republicano a la antigua con un ejército vertebrado en milicias a la manera de la sociedad comercial: un general que intentaba aplicar, dado su cargo, medidas a la romana en una sociedad cuyo edificio militar se calcaba en un modelo norteamericano con una tradición colonial española, utilizando para ello concepciones militares previas a la adopción de los preceptos teóricos del republicanismo militar, tanto liberal como clásico.
Conclusiones
La organización adoptada por Miranda durante su gestión como Generalísimo de la Confederación se basaba en un modelo similar a la antigua dictadura republicana, pero con un ejército vertebrado en milicias a la manera de la sociedad comercial. Esta peculiar organización trajo como consecuencia inmediata que al intentar aplicar, dado su cargo, medidas propias del republicanismo clásico en una sociedad cuyo edificio militar se calcaba en un modelo norteamericano y, además, con una tradición militar propia del antiguo régimen español, sus medidas se vieran paralizadas por la propia inoperatividad del modelo y la resistencia de los cuadros de mando, formados por las nuevas técnicas adoptadas mundialmente por los ejércitos entre 1760 y 1810.
En este sentido, el mito de Miranda como un incomprendido y sabio militar que fracasa ante la imposibilidad de hacer adoptar la disciplina europea a unas tropas colecticias y mal dirigidas, carece de veracidad y debe revisarse. Miranda, como hemos demostrado en el presente trabajo, intentó aplicar en Venezuela un pensamiento y una táctica militar que para 1812 se encontraban completamente superadas en el plano militar mundial. Paradójicamente, sus cuadros de mando estaban mejor informados sobre los cambios ocurridos en el mundo militar y ello, por supuesto, derivó en tensiones y desencuentros que terminaron paralizando la maquinaria bélica de la confederación venezolana y dieron al traste con el experimento republicano que se iniciaba en Venezuela.
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