No hay ninguna (mejor) alternativa
Si dices que estás en contra de la democracia, la gente inmediatamente sospecha que estás a favor de la dictadura. Pero eso no es más que una tontería. La dictadura no es la única alternativa a la democracia. La alternativa a comprar un coche democráticamente no es que un dictador compre el coche por uno, sino que uno compre el coche por sí mismo.Winston Churchill dijo: «La democracia es la peor forma de gobierno con excepción de todas las otras que se han probado». En otras palabras, la democracia tiene sus inconvenientes, pero no existe un sistema mejor. En su célebre libro El fin de la historia y el último hombre, Francis Fukuyama incluso escribe sobre «la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano». Presumiblemente, nada mejor podría existir nunca.
De esta manera, cualquier crítica de la democracia es cortada de raíz. La democracia supuestamente se levanta «por encima de los partidos políticos e ideologías», y como consecuencia de ese estatus celestial una alternativa mejor resulta inimaginable. Pero esto es pura propaganda. La democracia es una forma específica de organización política. No existe razón para suponer que sea necesariamente el mejor principio organizador. No usamos la democracia en el ámbito científico, no votamos sobre la verdad científica sino que usamos la lógica y los hechos, y por buenas razones. Así que no existe motivo para asumir que la democracia es necesariamente el mejor sistema en el plano político.
¿Por qué no puede organizarse la gente de otra manera que en un estado-nación en el que el «pueblo» manda? ¿En comunidades más pequeñas, por ejemplo? Pero nuestros gobernantes democráticos se oponen firmemente a la descentralización e incluso la imposibilitan. Si la democracia fuera realmente un buen sistema, sería de esperar que a la gente se le diera la opción de unirse –o separarse– voluntariamente de la nación democrática. Dadas las virtudes de la democracia, sin duda se apresurarían todos a ponerse en cola y unirse, ¿no? Pero este no es el caso. En ningún país democrático, incluido Estados Unidos, se permite a los estados y regiones tomar su propio camino.
De hecho, la tendencia en los países democráticos es más bien la opuesta, hacia más y más centralización. Europa se está gradualmente convirtiendo en un superestado democrático. Con el dudoso resultado de que ahora los alemanes pueden decidir sobre cómo han de vivir los griegos y viceversa. En esta megademocracia, los países son capaces de cargar a los residentes de otros países con las consecuencias de sus políticas económicas cortoplacistas, del mismo modo en que los ciudadanos en una democracia nacional pueden vivir a expensas de sus conciudadanos. Algunos países malgastan el dinero –no ahorran, miman a sus servidores públicos con generosas pensiones, crean deudas que nunca podrán pagar– y si consiguen que suficientes países de la Unión Europea lo acepten, pueden obligar a los contribuyentes de países mejor gestionados a pagar la cuenta. Esta es la lógica de la democracia a nivel europeo.
Cuanto más grande sea el estado democrático, y cuanto más heterogénea sea la población, mayores tensiones emergerán. Los diversos grupos en tal estado vacilarán poco en usar el proceso democrático para expoliar e interferir tanto como sea posible en la vida de otros para su propio beneficio. Cuanto menores sean las unidades administrativas, y cuanto más homogénea sea la población, mayores serán las probabilidades de que los excesos de la democracia se vean limitados. La gente que se conoce personalmente o se siente conectada entre sí, se sentirá menos inclinada a robar u oprimir a los demás.
Por esta razón sería una buena idea dar a la gente la opción de llevar a cabo una «secesión administrativa». Si a New Hampshire se le permitiera independizarse de Estados Unidos, tendría mucha más libertad para organizar las cosas de forma diferente respecto a, por ejemplo, California. Podría implementar su propio sistema tributario que podría ser igual de favorable a empresarios y empleados. Las regiones competirían unas con otras y las leyes reflejarían mejor lo que la gente quiere. La gente podría «votar con los pies», mudándose a un estado diferente. La gobernanza se haría mucho más dinámica y menos burocrática. Las regiones podrían aprender las unas de las otras pudiendo experimentar con diferentes políticas.
La asistencia social a los pobres, por ejemplo, podría organizarse mucho mejor a nivel local. El control local previene el mal uso y es la mejor garantía de que aquellos que realmente lo necesitan sean los que se beneficien, en lugar de desperdiciar el dinero en gorrones. El desmantelamiento del estado-nación democrático del bienestar también es importante para la integración exitosa de las minorías. Actualmente, muchos inmigrantes viven únicamente del Estado. Tales son los inmigrantes que nadie quiere tener. Pero a casi nadie le importan los inmigrantes que trabajan, son independientes y están dispuestos a integrarse.
Por cierto, Churchill también dijo: «El mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante promedio».
Traducido del inglés por Celia Cobo-Losey R. Puede comprar el libro aquí.