Por Oswaldo Álvarez Paz
Renny Otolina, creo que a finales de 1977, propuso cambiarle el nombre a la moneda venezolana. Lo hizo a pesar de que entonces era solida, estable, confiable para propios y extraños. Lo fundamental de su propuesta apuntaba al respeto que merece la memoria de El Libertador. Le parecía impropio que su nombre estuviera de boca en boca para simples transacciones mercantiles y para establecer diferencias sociales por la acumulación mayor o menor de bolívares. En algún momento también llegó a visualizar los problemas monetarios que empezaban a asomarse como consecuencia del alza de los precios del petróleo, de la política de “la gran Venezuela” y de los fenómenos inflacionarios que se iniciaban. Así llegamos al famoso Viernes Negro en febrero de 1983 con aquella devaluación del bolívar. Desde entonces ha sido una constante la tendencia que, a veces más rápida y profundamente que en otras, ha desembocado en el deterioro y pérdida de valor del apellido de Simón Bolívar, como instrumento identificatorio de nuestra moneda. Nadie lo tomó en serio. Nunca hubo un debate al respecto, pero lo cierto es que ninguno de los gobiernos posteriores fue capaz de revertir hacia lo positivo las negativas tendencias inflacionarias que determinaban controles de cambio ineficientes, vicios y corruptelas crecientes, y por supuesto mayor deterioro del signo monetario. Renny tenía razón.
En esta trágica década hemos llegado a extremos inimaginables. El bolívar, maltrecho y deteriorado como nunca, el viejo o el nuevo, el mal llamado fuerte o el débil, no vale nada. Solo sirve para erosionar, aún más de lo logrado por la retórica perversa de Chávez, el nombre de Bolívar. Las nuevas medidas cambiarias son la mayor confesión de fracaso e incompetencia de gobierno alguno en la historia. Bolívar no merece que lo utilicen como baratija en esta farsa malévola. Lo que les importa es el calumniado dólar americano y la posibilidad de convertirlo en muchos bolívares para el gobierno en un año electoral. No les importa el costo de la vida, el sufrimiento de los pobres, la escasez alimentaria, la ruina del aparato productivo, la baja calidad de las importaciones, el desastre de la salud y la educación, el deterioro imponente de la infraestructura del país, el desempleo, ni la inseguridad de las personas y de los bienes. La apuesta del gobierno es en la misma dirección que ha determinado su fracaso. Los resultados son fáciles de prever. Hay demasiadas señales de peligro como para cruzarnos de brazos. La memoria de Bolívar pudiera empezarse a rescatar cambiando el nombre a la moneda. El debate revelaría muchas cosas. Lo demás también está por discutirse. Me refiero al rumbo económico y financiero del país. Un gran paso sería la dolarización de la economía y la recuperación de la autonomía del Banco Central para que reasuma la dirección de la política monetaria. Para hacerlo hay que cambiar de presidente, de gobierno y de régimen. ¿Es imposible?
oalvarezpaz@gmail.com Lunes, 11 de enero de 2010
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