Ayer meditaba en lo siguiente…
¿Que sería de mi si tuviera el poder de hacer los milagros que Cristo hizo hace 2000 años?
o visto de otra manera…
¿Que haría yo si de pronto me encontrara con que poseo poderes sobrenaturales?
Mi reflexión me llevó al punto de preguntarme finalmente lo siguiente…
¿Usaría esos poderes en provecho mío o en el de los demás?
Lo grandiosos de Cristo es que habiendo tenido el poder absoluto en sus manos siempre optó por emplearlo para el bien de los demás… jamás para el suyo propio.
No existe ningún pasaje del evangelio en donde podamos leer que Cristo se sirvió mágicamente un gran banquete cuando tuvo hambre, o en el que se curó a Él mismo de una dolencia física que le molestaba, ni mucho menos encontramos en la historia de la salvación a un Cristo usando sus poderes para salvarse del calvario y de la muerte en Cruz… (claro que lo pudo haber hecho). Más bien multiplicó los panes para que la muchedumbre de gente que se generaba al rededor de Él pudiera comer, curó los dolores físicos y emocionales de leprosos y pecadores y decidió que su tiempo de muerte debía de ser respetado en beneficio de toda la humanidad.
En verdad, todo pasaje evangélico nos enseña como Jesús de Nazaret viajó buscando a quien beneficiar con su talento. “Nada para mi, todo para los demás” parecería que fue su lema de vida.
Pero no necesitamos esperar a tener poderes milagrosos como los de Cristo para aplicar esta reflexión en nosotros mismos.
Yo les pregunto…
Sus talentos…
¿Los usan para su propio beneficio o para el de los demás?
Tal vez no podamos curar enfermos de manera milagrosa, pero seguro si existen personas que dotadas de una gran paciencia pueden acompañar a los dolientes en su proceso lento de curación.
Tal vez no podamos resucitar a los muertos, pero seguro que si existe alguien a quien Dios le concedió el don del escucha y el habla para consolar a quienes han perdido a un ser querido.
Seguro no podemos multiplicar panes ni pescados de la nada, pero puedo asegurar que existen cientos de personas que han sido bendecidas con el talento de la generosidad y bien pueden multiplicar los actos de bondad en los demás.
Todos tenemos talentos… absolutamente toooodos. Lo digo por que profesionalemente a eso me dedico, a entrenar el talento de la gente, y puedo asegurar que cualquier persona es capaz de grandes milagros cuando de ayudar al prójimo se trata.
Cristo nos cautiva no por su capacidad de hacer milagros, sino más bien por su enorme disposición de poner sus talentos al servicio de los demás.
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