Una querida amiga me envía este texto desde Lisboa, el cual abunda en los conceptos de izquierda y derecha que esbozé ayer. Me pareció muy interesante y lo transcribo para quienes estén interesados en el tema.
Derecha e Izquierda,
por Erik von Kuehnelt-Leddihn
Nota introductoria y traducción de Juan Ramón Rallo Julián.Dice Bob Wallace que si me forzaran a elegir un libro que tuviera que leer una y otra vez, éste sería sin duda. Se refiere, no a la Acción Humana, al Man Economy and State o al Capitalism de Reisman, monumentales Tratados de la Escuela Austriaca, sino a Leftism Revisited de Erik von Kuehnelt-Leddihn, un enciclopédico tratado sobre la filosofía y la historia de la izquierda. Desgraciadamente, el libro es bastante difícil de encontrar; actualmente quedan cuatro de segunda mano en Amazon. Kuehnelt-Leddihn ha sido, en muchos sentidos, el inspirador intelectual de las teorías de Hans-Hermann Hoppe; si bien debo señalar que las de Hoppe se apartan con algún error de las de Kuehnelt-Leddihn.
Dada esta dificultad de encontrar el libro y su enorme contenido intelectual, traduzco el capítulo 4 del libro I -La mente izquierdista- que se titula Derecha e Izquierda. Aunque en ciertos aspectos no coincida con el autor, sí me parece de una trascendencia e importancia notable para el desarrollo del pensamiento liberal y de la lucha política diaria. No en vano, una de las cuestiones más controvertidas es la definición de izquierda y derecha y, no en vano, ante la imposibilidad de definirlas los liberales muchas veces hemos modificado la nomenclatura (liberticidas y liberales, intervencionistas y capitalistas, estatalistas y antiestatalistas…) La propuesta de Kuehnelt-Leddihn recoge la sabiduría popular del lenguaje, institución evolutiva y espontánea que, como decía Cicerón, acumula el conocimiento de miles de personas de distintas épocas, y desarrolla coherentemente su definición actual. Además en el texto habla sobre asuntos tan polémicos como el franquismo y los nacionalismos periféricos españoles.
Derecha e Izquierda
El sabio tiene el corazón a la derecha,
el necio tiene el corazón a la izquierda.
el necio tiene el corazón a la izquierda.
Eclesiastes, 10, 2
Gran parte de la confusión semántica en el vocabulario empleado en el mundo occidental (si bien no siempre en los EEUU) ha sido ya aclarado en las páginas precedentes. Ahora vamos a lidiar con una necesaria definición que no tiene una acepción universal, la definición de los términos derecha e izquierda.
Si existiera una definición que funcionara, o si pudiéramos omitirlas, no habría ningún problema. Por otro lado, sin embargo, pueden ser muy útiles, ya que, como etiquetas a mano, a menudo pueden simplificar realmente las cuestiones.
Derecha e izquierda se han usado en Occidente desde tiempos inmemoriables con unos significados concretos; derecha tiene una connotación positiva e izquierda una connotación negativa. En todas las lenguas europeas (incluyendo el húngaro y el eslavo) derecha se ha relacionado con “derecho” (ius), con corrección (rightly), legitimidad (rightful) -en alemán gerecht (justo), en ruso pravo (ley) y pravda (verdad). La izquierda, por otro lado, es gauche en francés, que también signfiica torpe, lerdo (en búlgaro, levitsharstvo). La palabra italiana sinistro pueden significar izquierda, desafortunado o calamitoso. La palabra inglesa sinister puede significar izquierda o amenazante. La húngara derecha es jobb, que también significa mejor, mientras izquierda (bal) se usa en los nombres compuestos con un sentido negativo: balsors es infortunio. El mismo sentido prevalece en el sánscrito (daksina, vamah) y en el japonés (hidarimae, que significa “en frente de la izquierda” o adversidad)
En las lenguas bíblicas, los justos en el Día del Juicio Final estarán a la derecha, y los condenados a la izquierda. Cristo se sienta ad dexteram Patris, tal como sentencia el Credo niceno. En Inglaterra, prevalece la costumbre de situar los sillones en apoyo del gobierno al lado derecho del Parlamento y la oposición en el izquierdo. Y cuando se vota en la Sala de los Comunes, los votos afirmativos pasan por el pasillo derecho detrás del orador mientras que los votos negativos por el pasillo izquierdo (Y son recontados por cuatro miembros que informan al orador del resultado) Por tanto, en la madre de los parlamentos, derecha e izquierda implican afirmación y negación respectivamente.
En el Continente, donde la mayoría de los Parlamentos, empezando por el francés, tienen forma de herradura (en lugar de mirarse los unos a los otros), los partidos conservadores se sientan a la derecha, normalmente al lado de los liberales, luego vienen los partidos del centro (que normalmente poseen la llave en la formación de los gobiernos) seguidos por los “radicales”, y finalmente los socialistas, socialistas independientes y comunistas.
En Alemania, después de la Primera Guerra Mundial, los Nacional Socialistas, por desgracia, se sentaron en la extrema derecha como consecuencia de la simpleza mental de la gente de asociar nacionalismo con derechismo, e incluso con el conservadurismo -una idea grotesca si uno recuerda el antinacionalismo (anti etnicismo) de los Metternich, de las familias monárquicas y de los ultraconservadores europeos. El etnicismo (nacionalismo), además, fue un subproducto de la Revolución Francesa (como lo fue el militarismo) El nacionalismo (tal como el término se entiende en Europa, si bien no en América) es, antes que nada, identitario, una manera de conformidad, mientras que el patriotismo no lo es. En Centroeuropa el nacionalismo tiene una connotación puramente étnica e implica un exagerado entusiasmo por la cultura, el lengua, el folclore y los modos de vida. El patriotismo, por otro lado, da importancia al país. Un patriota estaría feliz si numerosas nacionalidades convivieran en su Tierra natal, cuya característica principal debería ser la variedad, no la uniformidad. Los nacionalistas son hostiles a todo aquello que no sea éticamente aceptable. Por tanto, el nacionalismo, tal como se entiende en el continente, es un hermano consanguíneo del racismo.
Esta mala colocación de los nacional-socialistas en el Reichstag ha dado lugar a una confusión semántica y lógica que empezó un tiempo antes. Los comunistas, socialistas y anarquistas se identificaban con la izquierda, los fascistas y nacional-socialistas con la derecha. Al mismo tiempo, era evidente que había un gran número de similitudes entre los nacional-socialistas, por un lado, y los comunistas por el otro. Esto dio lugar a la famosa e idiota fórmula: Nos oponemos a todo extremismo, venga de la izquierda o de la derecha. Es más, rojos y pardos son prácticamente idénticos: los extremos siempre se tocan.
Esta manera de pensar es increíblemente confusa: los extremos nunca se tocan. El frío extremo y el calor extremo, la lejanía extrema y la cercanía extrema, la extremada fuerza y la extremada debilidad, la velocidad extrema y la lentitud extrema, nunca se tocan. Nunca devienen iguales ni siquiera similares. Si se les preguntara a los pontificadores de los extremos qué entienden por derecha e izquierda, no serían capaces de analizar los términos de manera coherente. Sin convicción alguna, vendría a señalar que los reaccionarios -los fascistas, por ejemplo- son extremos. Si se le preguntara si la Repùbblica Sociale Italiana de Mussolini era un negocio reaccionario o izquierdista, refunfuñaría nuevamente acerca de los paradójicos extremos, añadiendo con certeza que la izquierda es colectivista y progresitas, y los comunistas “progresistas extremos”. Si persistiera en este sin sentido, estaría bien informarle de que ciertas sociedades africanas primitivas, caracterizadas por un fuerte colectivismo tribal, no son demasiado “progresistas extremos”. En este momento, la conversación, sin duda, terminaría.
El primer fallo con este débil razonamiento es la idea de que “los extremos se tocan”; el segundo es la falta de una clara definición de izquierda y derecha. En otras palabras, tanto lógica como semánticamente son claramente confusas. La lógica va más allá de nuestras malas interpretaciones, si bien claras definiciones pueden alcanzarse.
La derecha, en este sentido, es aquello auténticamente bueno (right) para el hombre, especialmente la libertad. Dado que el hombre tiene una personalidad, por ser un acertijo, una pieza de un puzzle que nunca encaja completamente en un dibujo del preestablecido orden social y política, necesita espacio. Necesita un cierto Lebensraum en el que puede desarrollarse, expandirse, en el que tenga un pequeño reino personal. L’enfer, c’est les autres. El infierno son los demás, decía Sartre, un existencialista pagano, al terminar su obra Huis Clos. La gran amenaza nos rodea. Con un Estado reforzado, un gobierno imprescindible, y -lo peor de todo- un colectivismo impuesto socialmente, nuestra libertad, nuestra personalidad occidental, nuestro crecimiento espiritual, nuestra auténtica felicidad está en juego.
Todos los grandes ismos revolucionarios de los últimos dos siglos han sido movimientos de masas contrarios a la libertad -aún cuando lo hicieran en nombre de la libertad-, de la independencia del ser humano. Esto se realizó en nombre de toda clase de altisonantes e incluso rastreros ideales: nacionalidad, raza, mejores estándares de vida, justicia social, seguridad, convicciones ideológicas, restauración de los derechos ancestrales o un mundo feliz para todos. Pero, en realidad, el motor de todos estos movimientos fue siempre la loca ambición de los intelectuales -aquellos dotados de una gran oratoria o expresión literaria- y la exitosa movilización de las masas a través de la envidia y la sed de venganza.
La derecha tiene que ser identificada con la libertad individual, no con una visión utópica cuya realización, cuando tal cosa es posible, requiere de un tremendo esfuerzo colectivo. Reclama formas de vida libres que emerjan orgánicamente. Y esto a su vez implica un respeto por la tradición. La derecha es verdaderamente progresista, a diferencia del utopismo izquierdista con su carencia de un avance efectivo, su casi inevitable demanda -como sucede en La Internacional- por barrer el pasado, du passé faisons table rase, o dylayem gladyuku doku iz proshlago. Si volvemos al punto cero, tendríamos que empezar de nuevo.
Bernardo de Chartres dijo que las generaciones eran como enanos sentados sobre hombros de gigantes, y por tanto capaces de ver más cosas que las que sus predecesores y a una mayor distancia. Casi todas las utopías, aunque futuristas en su temperamento, han implorado por regresar a la supuesta Edad de Oro, adornada con los falsos colores de un sueño romántico. Los auténticos derechistas no son hombres que quieren regresar a todo esto ni que luchan por el retorno; lo que quiere es encontrar lo que es eternamente cierto, eternamente válido, y luego restaurarlo o reinstaurarlo, sin considerar si parece obsoleto, antiguo, contemporáneo, novísimo o ultramoderno. Las antiguas verdades pueden ser redescubiertas, y otras completamente nuevas se pueden encontrar. El hombre de derechas no tiene una mente constreñida por el tiempo, sino una mente soberana. En caso de que fuera cristiano, aplicaría las palabras del Apostol Pedro, el administrador de la Basileion Hieráteuma, un sacerdocio real.
La derecha pide libertad, una forma de pensar libre y sin prejuicios; dispuesta a conservar los valores tradicionales (en tanto sean auténticos valores); con una visión equilibrada de la naturaleza humana, asumiendo que ni es un demonio ni un ángel, insistiendo en la particularidad de los todos los seres humanos que no puede moldearse ni ser tratada como un simple número o cifra. La izquierda es la abogada de los principios opuestos; la enemiga de la diversidad y una fanática propulsora de la identidad. La uniformidad se recalca como la utopía izquierdista, el paraíso en el que todo el mundo es igual, la envidia ha desaparecido, y el enemigo ha muerto, vive fuera del reino, o ha sido totalmente humillado. La izquierda aborrece las diferencias, las desviaciones, las estratificaciones. La única jerarquía que puede aceptar es funcional. La palabra “uno” es su símbolo: un lenguaje, una raza, una clase, una ideología, un mismo ritual, un único tipo de escuela, una ley para todo el mundo, una bandera, un escudo, un centralizado estado mundial. La izquierda es horizontal y colectivista, la derecha vertical y personalista. La palabra persona viene del etrusco phersú, máscara. La máscara representa el intransferible papel del actor. La persona es única e irremplazable. Izquierda y derecha son tendencias que pueden ser observadas no sólo en el espectro político, sino en muchas otras áreas del comportamiento humano. En lo relativo a la estructura del Estado, la izquierda cree en una fuerte centralización. La derecha, por otro lado, es federalista -en el sentido europeo-, defensora de los derechos estatales. Cree en los derechos locales y en los privilegios y defiende el principio de subsidiariedad. Las decisiones, en otras palabras, deberían tomarse en el nivel más bajo posible -por la persona, la familia, la aldea, el pueblo, la ciudad, el condado, el Estado federal y sólo finalmente en la cumbre, por el gobierno en la capital de la nación. La disolución de las gloriosas provincias francesas, con sus Parlamentos locales y su sustitución por pequeños departamentos, nombrados por sus características geográficas y totalmente dependiente del gobierno parisino, fue una medida típicamente izquierdista.
En lo relativo a la educación, la izquierda ha sido siempre estatista. Canaliza toda clase de agravios y animadversión hacia la iniciativa personal y la empresa privada. Posee la idea de que el Estado lo tiene que hacer todo, hasta que el final sustituye toda existencia privada, el Gran Sueño Izquierdista. Así, la izquierda tiende a tener escuelas local o estatales -o un ministro de Educación- y a controlar todos los aspectos de la educación. Así, por ejemplo, tenemos la famosa historia del Ministro francés de Educación que después de mirar su reloj y al momento el rostro de su visitante, exclama: En este momento, en 5431 escuelas públicas de educación elemental, están escribiendo un ensayo acerca de las maravillas del invierno. Las escuelas religiosas, las parroquiales, las privadas o los tutores personal, no están de acuerdo en mantener los sentimientos izquierdistas. Las razones son muy variadas. La izquierda no sólo se deslumbra por el estatismo, sino por la idea de uniformidad e igualdad -la idea de que todas las diferencias sociales en educación deberían ser eliminadas de manera que todos los alumnos tuvieran las mismas oportunidades de adquirir un mismo conocimiento, un mismo tipo de información, una misma tendencia, y en un grado idéntico. Así, todos podrían pensar de una manera idéntica o similar. Obviamente, esto es especialmente cierto en los países donde se promueve el democratismo -la democracia como ismo-, donde se dedican ingentes esfuerzos para ignorar las diferencias en IQ y en esfuerzo personal, donde las notas intentan ser eliminadas y donde la promoción para el curso siguiente se convierte en automática.
A la izquierda no le gusta la religión por una gran variedad de razones. Su ideología, su omnipotencia; todo Estado con vocación de impregnarlo todo necesita una sumisión completa. Y la religión, por supuesto, requiere sumisión a Dios y, en algunas ocasiones, a la Iglesia. La izquierda se relaciona con la religión de dos maneras divergentes. Una es a través de la separación Iglesia-Estado, que elimina la religión de la plaza pública e intenta atrofiarla al no permitirle existir en ningún lugar más allá de los recintos sagrados. La otra es transformando la religión en una jerarquía absolutamente controlada por el Estado, asfixiándola -más que matándola de hambre- hasta la muerte. Los nacional-socialistas y los soviéticos usaron el primer método, Checoslovaquia el segundo.
Pero el sesgo antirreligioso de la izquierda descansa no sólo en su anticlericalismo, anti-Iglesia, y su oposición a la existencia de otro cuerpo, otra organización dentro de las fronteras estatales; su odio procede no sólo de los celos, sino sobre todo del rechazo a un ser sobrenatural, a un orden espiritual. La izquierda es básicamente materialista.
El Estado providencia, el Estado servil de Hilaire Belloc, es obviamente una creación de la mente izquierdista. No debería ser llamado Estado de Bienestar, ya que, después de todo, cualquier Estado existe para el Bienestar de sus ciudadanos. Alexis de Tocqueville, en su Democracia en América, anticipó con gran precisión la posibilidad, mejor, probabilidad de que el Estado democrático evolucionara de un modo totalitario hacia el Estado providencia. En este Estado, dos deseos izquierdistas encuentran satisfacción -la extensión del gobierno y la dependencia del individuo del Estado, que controla su destino desde la cuna a la sepultura. Todos los aspectos del ciudadano -su nacimiento y su muerte, su matrimonio y su renta, su enfermedad y su educación, su entrenamiento militar y su mudanza, su estado real y sus viajes -todo es conocido por parte del Estado.
En la práctica, claro está, hay excepciones a esta regla, porque el izquierdismo es una enfermedad, una ideología, que no necesariamente se propaga de una manera coherente y sistemática. Aquí y allá hay manifestaciones aisladas que pueden aparecer en campo contrario. La España baja la dictadura franquista, por ejemplo, tenía parcialmente un carácter izquierdista, como era sus tendencias centralizadoras, sus restriccioens a otras lenguas más allá del castellano, el monopolio de los sindicatos estatales y la censura.
En relación con los dos primeros errores -las tendencias izquierdistas son errores- conviene recordar los efectos de la historia española reciente. Los nacionalismos catalán, vasco y gallego tenían unos componentes radicalmente izquierdistas -dado que el nacionalimo, en el sentido europeo, es izquierdismo- cuando se opusieron a la centralización castellana. De esta manera, en Madrid, casi todos los movimientos defensores de los derechos locales y de los privilegios, ya fueran políticos o étnicos, eran sospechosos de izquierdismo, enemigos del régimen y hostiles a la unidad de España (España es ¡Una, Grande y Libre!). Extrañamente -aunque comprensible para cualquier con un buen conocimiento de la historia española- la extrema derecha en España, representada por los carlistas y no, como popularmente se cree, por los falangistas, era federalista (localista y anticentralista) en el sentido europeo. Los carlistas se opusieron, igualmente, a las tendencias centralizadoras de Madrid. Cuando en 1964 el gobierno central intentó cancelar los privilegios (los fueros) navarros, los carlistas amenazaron con rebelarse, provocando la rápida marcha atrás del gobierno quien declaró que todo había sido un malentendido.
Todos los movimientos conservadores en Europa son federalistas y se oponen a la centralización. Por ello, irónicamente, encontramos en Cataluña un deseo por la autonomía y el cultivo del catalán tanto entre la extrema derecha como entre los izquierdistas. Los famosos anarquistas catalanes siempre defendieron la autonomía, pero formalmente el anarquismo ha sido un curioso mixtum compositum. Mientras que los objetivos últimos del anarquismo son izquierdistas, socialistas en esencia, su temperamento es de derechas. Gran parte del comunismo actual en Italia y España es sólo una forma popularmente malinterpretada de anarquismo. Por otro lado, es significativo que en 1937 se abriera una guerra sin cuartel en Barcelona entre comunistas y anarquistas. Fueron, además, los anarquistas quienes resistieron en Rusia frente a los comunisas durante más tiempo que cualquier otro grupo, hasta 1924 donde fueron literalmente exterminados en las prisiones y los campos de concentración soviéticos. Toda esperanza en domesticarlos había desaparecido.
O tomemos el régimen Metternich en Centroeuropa. Básicamente tenía un carácter de derechas, pero aunque nació con una conciente oposición a la Revolución francesa, había aprendido -como trágicamente suele suceder- demasiado de tu enemigo. Es cierto, nunca devino totalitario, pero asumió características autoritarias y aspectos que no eran otra cosa que izquierdistas, como un sistema policial basado en el espionaje, los chivatos, la censura y el control en cualquier dirección. Incluso cuando Sir William Wilde, padre de Oscar Wilde, estudió en Austria en 1840, consideró que era un país superior a Inglaterra en muchos sentidos, especialmente el educativo.
Algo similar sirve para el maurraismo, que es una curiosa mezcla de ideas izquierdista y derechistas, caracterizado por unas profundas contradicciones internas. Charles Maurras era, al mismo tiempo, monárquico y nacionalista. Ello a pesar de que la monarquía es básicamente una institución supranacional. Normalmente, la esposa del monarca, su madre, y las mujeres de sus hijos son extranjeras. Con dos excepciones -Serbia y Montenegro- todas las casas reales europeas que subsistían en la Europa de 1910 eran extranjeras en su origen. En fuerte contraste, el nacionalismo es populista, y la Constitución republicana arquetípica impone que el presidente sea un nativo del país. Maurras indudablemente tenía ideas brillantes, y más de un europeo se las ha tomado prestadas. Pero no fue de ninguna manera accidental que colaborara con el nacional-socialismo alemán cuando ocupó su país. Tampoco fue cristiano durante la mayor parte de su vida, si bien retornó a la fe un poco antes de su muerte.
Identificar, grosso modo, derecha con libertad, individualidad, variedad, e izquierda con esclavitud, colectivismo y uniformidad es simplemente utilizar la semántica. Se refuta así, de una vez, la estúpida afirmación de que comunismo y nacional-socialismo son iguales porque “los extremos siempre se tocan”. En el mismo campo en el que se sitúan socialismo y fascismo podemos encontrar el vago concepto izquierdista que en EEUU es conocido de manera pervertida con liberalismo. El liberalismo europeo es muy diferente en su naturaleza. En Italia, bastante significativamente, el Partido Liberal Italiano se sienta a la derecha de los democristianos, junto a los monárquicos.
Derecha e izquierda serán empleadas en las páginas siguientes como hemos desarrollado aquí; la correcta distinción semántica es vital al discutir en la escena política de nuestra era. Las palabras son importantes. Confucio nos advirtió de que si las palabras pierden su significado, la gente pierde su libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario