Alguien alguna vez dijo, si quieres conocer el lado obscuro del poder dáselo a una mujer y si quieres saber lo que es sadismo, dale un uniforme....
Guardianas nazis, la crueldad femenina del III Reich:
Maquiavélicas y despiadadas. Así describe la autora española Mónica G. Álvarez en “Guardianas nazis” a las más de 3.500 vigilantes en los campos de concentración del nazismo, y a quienes se atribuye “el 75 por ciento” de los crímenes del Holocausto.
Mercedes Bermejo/ EFE
La periodista e investigadora ha elegido a diecinueve de esas guardianas -siete responsables (arcángeles) y doce auxiliares (apóstoles)- por la “crueldad, sadismo y perversión de sus acciones malévolas”, revela en una entrevista con Efe.
Ordenaban extirpar la piel humana para fabricar lámparas, flagelaban y propinaban patadas en la cara y en el abdomen, usaban la fusta, acuchillaban, inoculaban enfermedades a los reclusos, adiestraban e instigaban a perros para que devorasen a sus víctimas… mataron y vejaron a miles de prisioneros.
Estas guardianas que participaron en el horror de la maquinaria nazi, entre 1939 y 1945 en los campos de Birkenau, Buchenwald, Ravensbruck o Auschwitz, procedían de familias trabajadoras y humildes, y algunas católicas; no obstante, “tienen a sus espaldas el 75 por ciento de los crímenes” del Holocausto, apunta la autora.
Muchas de ellas, de procedencia alemana o austríaca, no tenían estudios y “esa falta de educación las hizo manipulables y que sintiesen fascinación por el Partido Nazi”, afirma la autora de “Guardianas nazis. El lado femenino del mal”, publicado por la editorial edaf y que alcanza su segunda edición.
Mónica G. Álvarez inició la investigación “por casualidad” indagando en la vida de Ilse Koch, conocida como “la zorra de Buchenwald”, una sádica sin “límites”, entre cuyas fechorías destaca “la extirpación de la piel humana tatuada para la creación de todo tipo de lámparas que “colgaban del salón de su casa”.
Una crueldad en la que fue determinante su marido, Karl Koch, comandante de Buchenwald, donde se inyectaban enfermedades letales a las víctimas o se llevaban a cabo esterilizaciones sin anestesia.
Karl Koch “la enseñó a practicar diversos suplicios y vejaciones”, puntualiza la autora, que destaca la apariencia seductora de una vigilante que llevó junto a su marido una vida de “lujos, excesos, orgías sexuales, depravaciones y asesinatos”.
Los nazis disfrutaban con los placeres de la comida, de las ropas caras, de la música clásica y el sexo.
“Mezclaban violencia y sexo para aumentar su nivel de poder ante quienes consideraban su enemigos: los judíos, polacos, gitanos, todo aquel que fuera diferente a su raza”, apunta la periodista.
La autora atribuye las conductas crueles a “una maldad innata, al gen del mal” sumado a la actuación de “Hitler y sus secuaces del III Reich, que fueron quienes manipularon a estas mujeres”.
En la instrucción, principalmente en Ravensbrück, aprendieron a “practicar sacrificios y a comportarse como animales salvajes”.
Prologado José Cabrera Forneiro, este psiquiatra y doctor en Medicina Legal mantiene que se trataba de personas sin “criterios morales” y que “simplemente por vanidad, egoísmo, celos, ambición y otras muchas razones ‘no psiquiátricas’, hicieron del mal una herramienta perversa de proyección de sus pobres vidas”.
Las guardianas “llegaron a dirigir estos campos y ordenaban a cientos o miles de camaradas que hiciesen las selecciones para las cámaras de gas o cometiesen los asesinatos”, precisa la autora, quien reitera que a pesar de las circunstancias tuvieron “la capacidad de elegir si perpetraban los crímenes o no”.
Para sustentar su investigación, que le ocupó dos años, Mónica G. Álvarez acudió a archivos de Estados Unidos o Alemania, se entrevistó con historiadores europeos y estadounidenses y consultó las actas de los juicios contra estas vigilantes, muchas condenadas a cadena perpetua mientras que otras quedaron en libertad y se refugiaron en distintos países de Europa.
A pesar de lo “duro” y “trágico” del trabajo, Álvarez, habitual colaborada en diarios españoles como “La Vanguardia”, quiso acabarlo para que las barbaridades retratadas en el libro no se vuelvan a permitir y que sirve además como “un homenaje a las personas que cayeron en pos de la libertad”. EFE
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