Dudo mucho que exista en el mundo una nación con una población tan confiada y hasta ingenua como Venezuela. Desprevenida frente a los mayores peligros. Animada de una permanente buena fe, muy útil para sobrellevar las dificultades, pero incómoda para superarlas. Aún nos cuesta aceptar que vivimos en el país con mayor índice de criminalidad del continente y uno de los mayores del planeta, que la inseguridad es una estrategia de estado para sembrar el terror en la colectividad gracias a la politización del hampa, con garantías de total impunidad o que las estructuras del crimen organizado han penetrado áreas del alto mundo civil y militar. Con la circunstancia adicional de sufrir una dictadura comunista tan ineficiente como corruptora, incapaz de asomar alguna manifestación de orden en cualquier actividad del país. Esto no lo digo desde una perspectiva principista para lo que hay material de sobra, sino desde la dura realidad que toca a la inmensa mayoría de unos venezolanos hartos, fatigados de todo lo señalado que multiplican el ¡basta! que se escucha en todos los sectores.
El espacio para el ejercicio responsable de la libertad desaparece con los golpes mortales a la propiedad privada en todos los campos y a los medios de comunicación independientes, acosados ellos como personas jurídicas y humillados, ofendidos, injuriados y expuestos al odio público sus dueños, directores, principales y trabajadores, especialmente los periodistas. Las últimas experiencias, aún sin desenlaces definitivos, ratifican cuanto digo. La confiscación de más de setenta contratistas petroleras del primer nivel operativo esta generando un clima de devastación, indignación y disposición de lucha sin tregua en el Zulia, especialmente en
El régimen desbordó los límites de
oalvarezpaz@gmail.com Lunes, 8 de junio de 2009
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