Por Oswaldo Álvarez Paz
Y también de abuelo. Escribo el día del Padre con la mente y el espíritu en mis seis hijos y once nietos, hasta ahora. Los he visto crecer y desarrollarse. Hemos compartido triunfos, reveses, alegrías y tristezas. Hasta hace diez años, en un país que les ofreció todo para crecer, desarrollarse y formar familias en la fe de nuestros padres e igual que nosotros, con cierta mentalidad de deudores agradecidos hacia esta nación de oportunidades infinitas.
Me resisto a aceptar que eso forme parte de un pasado que no volverá. Cierto que la República democrática desaparece. Cierto que con ella mueren la libertad, la propiedad, la seguridad de personas y bienes, la confianza en el futuro y la esperanza de que hijos y nietos tengan las mismas oportunidades ante la vida que tuvimos nosotros. Pero cierto también que la indignación crece, la reacción popular contra el abuso de poder, la ineficacia gubernamental, la perversión de los poderes públicos y la corrupción infinita del régimen están creando un clima preinsurreccional que se manifiesta en la actitud retadora y protestataria que se observa en todos los sectores. La mayoría del país piensa que ya basta y hay que ponerle punto final a esta tragedia.
Sin embargo, la violencia física e institucional que Chávez dirige sin escrúpulos, en actitud totalmente amoral, ilegal e ilegítima logra parcialmente su objetivo. El miedo se apodera de mucha gente. La incertidumbre liquida la paz y llega hasta a erosionar amistades. Aunque no hay una guerra declarada tampoco existe la serenidad necesaria para que la vida transcurra normalmente. A pesar de que jamás había visto unos días más tristes ni a este pueblo tan atemorizado, toma conciencia de que si quiere conservar lo mucho o poco que tiene y el derecho a trabajar en paz, tiene que reaccionar sin pérdida de tiempo. Siento la disposición a pasar por encima de los miedos y protagonizar acciones definitivas más allá de intereses de personas o de grupos, de elecciones menores o mayores, o de juegos calculados y hasta cómplices de supervivencia en los años por venir.
Creo conocer bastante bien nuestra realidad. Es grande el miedo. Hay comodidad en no pocos dirigentes. Esto genera vacilaciones en muchos. Recelan los unos de los otros, confiando en que terceros resuelvan por ellos esquivando los riesgos y peligros que, sin duda, existen y son muchos. Hacia ellos va el mensaje de hoy.
Cuando los hombres pierden sus anhelos y desdibujan cobardemente los principios, dejan el paso libre a la tiranía y a la muerte, aunque conserven la vida física. Mientras más poder político y económico ha concentrado la tiranía, más lejos de la nación se ha colocado su jefe. Créanlo, se está tambaleando. La inseguridad que lo arropa y la desconfianza en su propia gente, incluidos los íntimos, lo tiene mal. Ya no puede confiar en nadie porque sabe que nadie confía en él. Se acerca el final. El trecho que falta puede ser duro y difícil, pero también hazañoso, para la historia.
oalvarezpaz@gmail.com Lunes, 22 de junio de 2009
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