La oración de Sócrates (Diálogo de Fedro o de la belleza)
MARIANO NAVA CONTRERAS | EL UNIVERSAL
viernes 25 de diciembre de 2015 12:00 AM
Si uno coge el tranvía que lleva desde el centro de Atenas a la playa, a pocos pasos de la estación Zappio, justo en el lugar donde se interceptan las avenidas Rey Constantino, Reina Olga y Ardito, hay un curioso lugar marcado por unas extrañas rocas que pasa desapercibido. Injustamente desapercibido porque desde allí hay una de las más hermosas vistas de la Acrópolis. Exactamente desde allí la Roca Sagrada luce todo su esplendor por las mañanas, cuando el sol pega de lleno en la fachada este del Partenón, pero sobre todo por las tardes, cuando el mármol se tiñe de un rosado brillante y melancólico que no he podido ver en ninguna otra parte. Entonces los transeúntes contemplan alelados el espectáculo y no reparan en la curiosa hondonada que se abre al otro lado de la avenida, flanqueada por dos formidables rocas que la firme determinación de unos arqueólogos salvó de la dinamita hace ya casi un siglo, cuando se trazaron las modernas avenidas.
Por lo demás, bajar a la hondonada supone penetrar en otro mundo. Tras las rocas, sombreado de sauces y platanales, se abre un espacio fresco y sombrío que las piedras resguardan del ruido de las avenidas. A un lado se levanta una pequeña capilla dedicada a Santa Elena, pero no es desde luego esa la razón por la que los arqueólogos han cuidado el lugar con tanto celo. Una leyenda junto a la capilla nos explica mejor el motivo: por ese lugar pasaba hasta hace un siglo el río Iliso, que después soterraron las avenidas. A un lado quedaba la fuente Calírroe, de la que nos habla Tucídides y que todavía hoy da nombre a la zona. Las rocas formaban una suerte de caverna natural que era santuario de Pan, el desenfrenado semidios de los rebaños y los pastores que vivía junto a las ninfas en el monte Parnaso. A pocos pasos quedaba también el Santuario de las Ninfas junto al del dios-río Aqueloo, porque en aquellos tiempos también algunos ríos eran dioses. No cabe duda, pues, de que este era un lugar sagrado.
Pero este lugar también significa mucho para la historia del pensamiento. Cuenta Platón que hasta aquí se llegaron Sócrates y su amigo Fedro un caluroso día de verano. El muchacho venía de escuchar un discurso acerca del amor, pronunciado nada menos que por el célebre Lisias, y se disponía a dar un paseo fuera de las murallas para pensar un poco lo escuchado. En el camino Fedro se encuentra con Sócrates, quien le ruega que le cuente sobre ese discurso que lo tiene tan pensativo. En su diálogo Fedro o de la belleza, Platón nos cuenta lo que conversaron Sócrates y Fedro ese día. Hablaron de la naturaleza del amor y del enamoramiento. El maestro decía que el amor no podía ser malo puesto que es un dios, y que otra cosa muy distinta era el enamoramiento. Hablaron del deseo y de la locura. Sócrates explicó que la locura viene de los dioses y que existen cuatro tipos: la locura profética, que viene de Apolo; la locura poética, que viene de las Musas; la locura báquica, que viene de Dioniso, y la locura de amor, que viene de Eros y Afrodita.
Casi sin darse cuenta los amigos llegan hasta el Santuario de las Ninfas y se sientan bajo un árbol a descansar y a disfrutar del frescor y de la sombra. Allí continúan la plática. Sócrates explica a Fedro que el alma es inmortal y que los dioses envidian a los que enloquecen de amor. Dice que hay varios tipos de alma y que los destinos de las almas se diferencian según la cantidad de verdad que conocen. Explica que las almas superiores están reservadas a los reyes y a los filósofos, mientras que las inferiores están destinadas a los demagogos y a los tiranos. Así se les va el día, conversando de tantas cosas. Al caer la tarde deciden volver, aprovechando que el sol amaina y empieza a refrescar. El maestro propone, a manera de despedida, dirigir una oración a los dioses del lugar. Fedro está de acuerdo y Sócrates dice en voz alta: "Querido Pan y todos los demás dioses que aquí habitan: concédanme ser bello por dentro, y por fuera, que todo lo que tenga esté en armonía con lo de adentro. Que considere rico al sabio, y que todo el dinero que tenga no sea más que el que puede tener un hombre sensato". Entonces le pregunta a su amigo: "¿Tenemos algo más que pedir, Fedro? Para mí es más que suficiente".
Platón tuvo la gentileza de no describirnos la cara que debió poner Fedro al oír semejantes palabras. Así que existe una belleza interior que debe estar en armonía con la exterior. Así que hay una riqueza asociada a la sabiduría y que debe considerarse superior. Así que poco dinero es suficiente para ser feliz si eres sensato. Fedro debió pasar mucho tiempo pensando en aquella oración de Sócrates. Aristóteles pasó mucho tiempo. Plotino y San Agustín pasaron mucho tiempo. Descartes, Espinoza, Nietzsche, Kant, nuestro Andrés Bello, pasaron mucho tiempo pensándola. Pero Sócrates no dijo su oración solamente para los filósofos, sino más bien para los dioses y para la gente común. Por eso yo, de vez en cuando, también la pienso.
@MarianoNava
Obras completas de Platón
puestas en lengua española por Patricio de Azcárate
Fedro o de la belleza
Obras completas de Platón, tomo 2, Medina y Navarro, Madrid 1871, págs. 255-349 (argumento, por Azcárate: 257-259, Fedro: 261-349).
Según una tradición, que no tenemos necesidad de discutir, el Fedro es obra de la juventud de Platón. En este diálogo hay, en efecto, todo el vigor impetuoso de un pensamiento que necesita salir fuera, y un aire de juventud que nos revela la primera expansión del genio. Platón viste con colores mágicos todas las ideas que afectan a su juvenil inteligencia, todas las teorías de sus maestros, todas las concepciones del cerebro prodigioso que producirá un día la República y Las Leyes. Tradiciones orientales, ironía socrática, intuición pitagórica, especulaciones de Anaxágoras, protestas enérgicas contra la enseñanza, de los sofistas y de los rectores, que negaban la verdad inmortal y despojaban al hombre de la ciencia de lo absoluto; todo esto se mezcla sin confusión en esta obra, donde el razonamiento y la fantasía aparecen reconciliados, y donde encontramos en germen todos los principios de la filosofía platoniana. Esta embriaguez del joven sabio, este arrobamiento que da a conocer la verdad entrevista por primera vez, el autor del Fedro la llama justamente un delirio enviado por los dioses; pero estos dioses que invoca no son las divinidades de Atenas, buenas a lo más para inspirar al artista o al poeta; es Pan, la vieja divinidad pelásgica; son las ninfas de los arroyos y de las montañas; es el espíritu mismo de la naturaleza, revelando al alma atenta y recogida los secretos del universo.
¿Cuál es el objeto del diálogo? Nos parece imposible reducir a la unidad una obra tan compleja. Lo propio del [258] genio de Platón es abordar a la vez las cuestiones más diversas, y a la vez resolverlas; como lo propio del genio de Aristóteles es distinguir todas las partes de la ciencia humana, que Platón había confundido. Un tratado de Aristóteles presenta un orden riguroso, porque el objeto, por vasto que sea, es siempre único. Un diálogo de Platón abraza, en su multiplicidad, la psicología y la ontología, la ciencia de lo bello y la ciencia del bien.
En el Fedro pueden distinguirse dos partes: en la primera, Sócrates inicia a su joven amigo en los misterios de la eterna belleza; le invita a contemplar con él, aquellas ciencias, cuya vista llena nuestras almas de una celestial beatitud, cuando, aladas y puras de toda mancha terrestre, se lanzan castamente al cielo en pos de Júpiter y de los demás dioses; le enseña a despreciar esos placeres groseros que le harían andar errante durante mil años por tierras de proscripción; le enseña igualmente a alimentar su inteligencia con lo verdadero, lo bello y lo bueno, para merecer un día tomar sus alas y volar de nuevo a la patria de las almas; le dice, en fin, que si el amor de los sentidos nos rebaja al nivel de las bestias, la pura unión de las inteligencias, el amor verdaderamente filosófico, por la contemplación de las bellezas imperfectas de este mundo, despierta en nosotros el recuerdo de la esencia misma de la belleza, que irradiaba en otro tiempo a nuestros ojos en los espacios infinitos, y que, purificándonos, abrevia el tiempo que debemos pasar en los lugares de prueba.
Facsímil del original impreso de esta parte en formato pdf
Texto del argumento de Fedro · Texto de Fedro o de la belleza
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