17 DE JUNIO 2015 - 12:01 AM
El título de este artículo es ya un lugar común. Cuanto sabihondo existe en Venezuela lo repite hasta el cansancio. Lo retoman columnistas carentes de visión. Lo asumen los políticos frustrados a quien nadie sigue. Los opinadores y encuestadores sienten que quedan como muy lúcidos cuando lo reiteran. Los habladores de pendejadas, en botiquines, barberías, matrimonios, piñatas, velorios y carritos por puesto lo dejan caer, como quien no quiere la cosa y con rostros graves. Se insiste, además, en que la división de la oposición no solo tiene que ver con ambiciones encontradas, también se señala que existen, en mundo que adversa al gobierno, visiones demasiado distintas e ideologías contrapuestas. No falta quien admita, sin embargo, que existen algunos programas pero que son tan abstrusos, tan tecnocráticos, tan irreales que nadie los lee ni los entiende y que a nadie entusiasman.
En fin, todo parece concluir en que la oposición nada tiene que ofrecer a los venezolanos, distinto a la mediocridad, la ineficiencia, el latrocinio y la estulticia que padecemos. Casi parece una invitación a resignarnos.
Y resulta, amigo lector, que no es verdad. No es cierto que lo único que ofrece la oposición es sacar a Maduro de Miraflores (que de paso, no es poca cosa). La oposición ofrece a Venezuela el más maravilloso de todos los programas.
La oposición ofrece la siguiente bicoca: restablecer la democracia. ¡Casi nada! Tirios y troyanos, radicales y moderados, tradicionalistas y recién llegados, electoralistas y guarimberos, huevos fritos y atorados, marxistas y capitalistas, socialdemócratas, socialcristianos y liberales coinciden, sin diferencia alguna, en el mejor programa que se le pueda ofrecer a Venezuela: El gobierno del pueblo, para y el pueblo y por el pueblo. El respeto a los derechos humanos. ¡Una pelusa!
La oposición ofrece que las elecciones sean organizadas, preparadas e implementadas por una autoridad electoral imparcial; que en los comicios venideros nadie goce de ventajas indebidas; que los dineros y bienes públicos no estén al servicio de una parcialidad; que el voto de cada venezolano se cuente, que la voluntad del elector sea respetada y que pueda formarse a través de una información abierta y libre. Todo ello se completa con el regreso a la alternabilidad republicana. Casi nada pues…
La oposición ofrece volver a la discusión política. Sacar de ella la descalificación y el insulto; dar a todos la oportunidad de decir lo que piensan a través de medios independientes y libres; regresar a la cordialidad en el trato que siempre fue una característica de la política venezolana; eliminar el odio y el resentimiento. Regresar al diálogo, recordando, como decía Antonio Machado, que para dialogar primero hay que escuchar; que nadie vaya a la cárcel por pensar distinto o, simplemente, por pensar.
La oposición quiere un Parlamento que legisle y que controle al gobierno. Una Asamblea Nacional que no delegue sus funciones de manera irresponsable y sumisa. Una representación popular que interpele a los ministros, investigue irregularidades y censure a los responsables. Unos legisladores que discutan, propongan, argumenten y rectifiquen para finalmente aceptar la decisión de la mayoría, respetando los derechos de las minorías. Y, como si fuera poco, una Asamblea presidida por un parlamentario y no por un patán.
La oposición quiere esta bobería: que la justicia tenga los ojos vendados; que el Poder Judicial la imparta con sabiduría y sapiencia; que los jueces no oigan los dictados de nadie y que conozcan el derecho; unos magistrados que no tengan que temer la cárcel y el oprobio cuando decidan en contra de los poderosos; unas sentencias que protejan los derechos de los venezolanos, apliquen e interpreten la ley y que no la atropellen o pretendan modificarla; un Ministerio Público que no sea instrumento de venganza de nadie.
La oposición quiere una Contraloría que controle; que investigue las denuncias de corrupción; que sancione a los culpables; que no sea un instrumento político; que no inhabilite a nadie.
La oposición coincide en que la educación tiene que ser la primera prioridad, que todos deben tener acceso a ella; que los maestros y profesores tengan un sueldo digno; que los programas educativos no pretendan lavarle el cerebro a nadie; que las universidades recuperen la autonomía; que los estudiantes estudien para que la meritocracia deje de ser una mala palabra y vuelva a ser la puerta que se abre a los mejores.
La oposición propone volver a la libertad sindical, a la discusión de contratos colectivos, a los fueros que protegen a quienes dirigen a los obreros y campesinos, al ejercicio del derecho de huelga dentro del marco de la ley; devolver al trabajo su dignidad, eliminando las limosnas y el bachaqueo.
Toda la oposición coincide en que hay que respetar la libertad económica consagrada en la Constitución; nadie justifica o discute la incapacidad del gobierno en el manejo de las empresas expropiadas; todos coinciden en querer crecimiento económico, abastecimiento y empleo productivo con un sector privado grande, fuerte y sano.
La oposición quiere una Fuerza Armada apolítica, que esté al servicio de la nación y no de una parcialidad; que tenga el monopolio de las armas; que no tenga que obedecer a extranjeros; que los militares se dediquen a la defensa de la patria, a estar preparados para la guerra para que esta nunca ocurra; que sus componentes tengan los mejores equipos y que no se compre chatarra para que los vivos se enriquezcan; que Venezuela no tenga que soportar el desprecio y las amenazas de un generalote guyanés que sabe que nuestro Alto Mando recibe instrucciones de Cuba y que no tiene nada que temer cuando nos enseña los dientes.
Dirá alguno que con la democracia no se resuelven todos lo problemas y es verdad. Pero no solo se resuelven algunos muy importantes sino que se abre el camino para que, con una discusión libre, se proponga cómo conciliar las opiniones encontradas que sí existen y se resuelvan los demás.
La oposición sí tiene programa y en torno a él existe un total consenso.
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