Por Oswaldo Álvarez Paz
El sábado se cumplieron los primeros siete años de la “masacre de Miraflores”. 19 muertos a bala y más de cien heridos fue el saldo de la manifestación popular más grande de nuestra historia. En respaldo a los principios fundamentales de la democracia y apoyo a la brillante gerencia atropellada por el régimen en Petróleos de Venezuela, se dirigía hacia el palacio presidencial testimoniando su rechazo a Hugo Chávez, único responsable del genocidio laboral que se iniciaba. Los manifestantes espontánea, pacífica e ingenuamente se multiplicaban exigiendo la renuncia a su cargo.
De pronto, pistoleros al servicio del régimen y francotiradores apostados en edificios cercanos al Palacio abrieron fuego en contra de la multitud desarmada y confundida. Desde entonces se sabe que fue Chávez quien ordenó la brutal represión, sus esbirros más calificados quienes dirigieron y mantenían a los asesinos y él mismo quien ordenó activar el Plan Avila, operación militar para casos de guerra, con la idea de aplastar radicalmente la marcha. Las ordenes de Chávez están grabadas y la resistencia del Alto Mando Militar a cumplirlas también. Por eso en su desesperación apeló a los asesinos civiles, bandas de mercenarios a su servicio que hoy se han multiplicado. Los pistoleros fueron grabados, filmados, denunciados y absueltos en tiempo record por órdenes de Chávez. Felicitados, condecorados y tenidos como “héroes de la revolución”. Todo se sabía, hasta el punto de que el Alto Mando le exigió y obtuvo la renuncia de Chávez quien se entregó a ellos, solicitó la protección de la Iglesia y empapó con lágrimas las sotanas de los prelados que lo protegían implorando compresión y perdón. En medio de una total improvisación ante la magnitud de los hechos, cayó el gobierno y nada estaba preparado para recogerlo. La historia, de aceptarse la tesis del golpe, tendrá que reconocer que es el único golpe sin golpistas que ha tenido Venezuela. La precipitación y los múltiples oportunismos civiles y militares imposibilitaron que aquella madrugada del 12A-02 se iniciara la restauración de la democracia erosionada de entonces. Sostengo que Pedro Carmona, más que golpista responsable, resultó ser la víctima expiatoria de todo esto.
La absolución de los asesinos, las retaliaciones cobardes en el mundo militar y las criminales sentencias condenatorias contra los Comisarios y policías metropolitanos que intentaban desesperadamente evitar la masacre, dictadas después de siete años, son responsabilidad exclusiva y excluyente de Hugo Chávez Frías. Es la consecuencia de la autoría intelectual del 11A-02. Eligió el terrorismo, el odio y la muerte en lugar del diálogo y la vida. Al mantenerse fiel a esa elección, dentro y fuera de nuestras fronteras, se convierte en el obstáculo mayor para alcanzar la paz en democracia y libertad. No habrá borrón y cuenta nueva. Más temprano que tarde la justicia terrenal se impondrá. La Divina ya lo condenó. ¡Asesino y… comunista!
oalvarezpaz@gmail.com Lunes, 13 de abril de 2009
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