Alberto Quiros Corradi
Recientes comentarios sobre hechos históricos me motivan a una revisión de lo sucedido a fin de que distorsiones del pasado no afecten negativamente nuestras estrategias hacia el futuro. Veamos.
Abril 2002. Que el régimen califique lo sucedido esos días como golpe de Estado, uno lo entiende. Pero que líderes de la oposición le den el mismo calificativo no es comprensible. Si una manifestación popular gigantesca reprimida por las armas que resulta en la renuncia del tirano contra quien se protestaba, es un golpe de Estado, entonces, los hechos recientes en Egipto y Túnez tendrían que calificarse así. No ha sido el caso. La protesta del 11 de abril y sus consecuencias fueron ya calificadas formalmente por el TSJ como un “vacío de poder” y sus actores militares y civiles absueltos de toda culpa. Lastimosamente los verdaderos asesinos de ese día ocupan posiciones políticas destacadas. Aunque convictos y confesos por un documental en televisión, están libres, mientras que aquellos que protegieron a la marcha civil hoy están presos y condenados a 30 años de reclusión. Calificar a esa protesta cívica como golpe de Estado es otra manera de condenar a los inocentes funcionarios hoy presos. La más alta autoridad militar del país informó públicamente que el Presidente había renunciado y que el Alto Mando ponía sus cargos a la disposición del próximo gobierno. Es verdad que luego faltó pulso político experimentado para diseñar una transición ante una Asamblea desarticulada y un vicePresidente en fuga, situación que la Constitución no contemplaba. Ninguna alternativa era fácil. Veamos. 1. Intentar reunir a la Asamblea Nacional para elegir un Presidente 2. Nombrar una junta de gobierno provisional 3. Dejar a Carmona en el cargo 4. Regresar a Chávez. Por cierto, como el Presidente renunció no podía arrepentirse después y el verdadero golpe de Estado fue proclamarlo de nuevo. En todo caso, nuestros líderes democráticos no deberían calificar como golpe de Estado a una de las protestas cívicas más hermosas de nuestra ciudadanía.
La huelga cívica. Esa no fue una huelga general. No se interrumpió ni el servicio eléctrico ni el del agua. Se mantuvo el transporte público. Se permitió la importación de gasolina. Muchos comercios se mantuvieron abiertos. Únicamente lo petrolero ejercía presión sobre el régimen. La huelga resultó ser solo una demostración colectiva de protesta. El error no fue convocarla. El error fue prolongarla indefinidamente cuando era obvio después de los primeros días que el desgaste mayor lo sufrían los protestantes y no el protestado. De haber durado 3 0 4 días hubiese sido un éxito. Sin embargo tuvo sus efectos positivos y algunos logros (celebrar el Revocatorio y obtener de la OEA reconocimiento formal para la Coordinadora Democrática) Aprendamos que las protestas son cortas y las huelgas generales tienen que ser, precisamente, eso: generales.
En resumen, no hubo golpe de Estado en abril 2002 y es peligroso seguir denominándolo así, porque la ciudadanía pudiera pensar que la protesta cívica le está negada por los calificativos de sus propios líderes. La huelga duró demasiado y, aunque no fue general, obtuvo algunos logros. Además, ya sabemos que Chávez es derrotable y en varios comicios aprendimos que si tenemos testigos en todas las mesas no hay fraude posible.
No más autoflagelaciones. No a la abstención electoral. Convoquemos a manifestaciones masivas para apoyar las protestas sectoriales, exigir la libertad de los presos políticos y el regreso a la democracia.
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