El arte de dar conferencias:
En la foto he colocado un anillo que creo que lo fue de un Papa. Aunque este dato no lo puedo presentar como seguro.
Como algunos de los que me leen, trabajan en el mundo académico. Me he permitido abundar un poco más en el tema del que escribí unas líneas ayer.
Nunca insistiremos suficientemente en que la presentación del conferenciante no es ocasión para ofrecer una miniconferencia. Una presentación no debería durar más allá de un minuto. También es un error de algunos presentadores fijarse en los detalles más intrascendentes a la hora de presentar al conferenciante.
Dar conferencias, y yo doy bastantes, es un placer. El placer de transmitir conocimientos, discursos racionales, de participar la visión de nuestro intelecto a otros intelectos. Se trata de una comunicación de razón a razón. Para ello usamos las palabras, los conceptos, en una sucesión de frases que tienen su música, que están cargadas en algunos momentos de emoción. Una conferencia, frente a un escrito, está cargada de vida. Es algo único e irrepetible. Por supuesto, que estoy hablando de un gran conferenciante, también los hay que se limitan a leer un papel delante en tono monocorde y a decir al final que ya no hay tiempo más que para dos preguntas.
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