En otros casos, es el placer intelectual el que te hace suplicar en tu interior: por favor, por favor, que no acabe esta conferencia, que siga, al menos diez minutos más. Y eso aunque el que hable sea el más agnóstico de los hombres. Borges y Yourcenar eran grandes conferenciantes. Sus conferencias suponían asomarse a sus mentes, obra de Dios, obra que glorificaba a Dios por su mera grandeza intelectual. Escuchándoles tenemos un atisbo de lo que puede ser la admiración por la inteligencia de las entidades espirituales angélicas.
Sí, una conferencia, transmita emoción, conocimiento o religión, puede ser una hora y media impresionante. Pero después de leer estos posts, olvidaos de lo leído. El conferenciante normal llegará, se sentará, os dirá lo que podíais haber encontrado en la Wikipedia, beberá de vez en cuando de su vaso de agua, seguirá leyendo aburriendo hasta a las ovejas, no permitirá casi preguntas, dirá que le era imposible resumir todo en hora y media, que ha hecho lo que ha podido, que tendría que haber seguido hablando un par de horas más, al menos una más, se le aplaudirá, y cada mochuelo se recogerá a su olivo, preguntándose de camino si es tarde para cenar y no sería mejor tomar algo ligero. Aunque después se acaba cenando en condiciones, ganando calorías y yéndose a la cama con el estómago lleno. Con el estómago lleno y el cerebro lleno del runrún interminable del señor que pasaba páginas leyendo infatigable y lentamente.
Sí, una conferencia, transmita emoción, conocimiento o religión, puede ser una hora y media impresionante. Pero después de leer estos posts, olvidaos de lo leído. El conferenciante normal llegará, se sentará, os dirá lo que podíais haber encontrado en la Wikipedia, beberá de vez en cuando de su vaso de agua, seguirá leyendo aburriendo hasta a las ovejas, no permitirá casi preguntas, dirá que le era imposible resumir todo en hora y media, que ha hecho lo que ha podido, que tendría que haber seguido hablando un par de horas más, al menos una más, se le aplaudirá, y cada mochuelo se recogerá a su olivo, preguntándose de camino si es tarde para cenar y no sería mejor tomar algo ligero. Aunque después se acaba cenando en condiciones, ganando calorías y yéndose a la cama con el estómago lleno. Con el estómago lleno y el cerebro lleno del runrún interminable del señor que pasaba páginas leyendo infatigable y lentamente.
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