Durante este tiempo, Daniel Ortega también se introdujo en el cuarto que yo compartía con Rafael, Un día manejaba mi cuerpo y concluyó masturbándose. Yo permanecí inmóvil y aterrorizada sin poder pronunciar palabras. Me decía que no hiciera ruido para no despertar a Rafael, algo que tomó como pretexto mi madre las veces que entró a nuestra habitación, para cuidarle de, supuestamente, sus ataques de asma. Mi abusador me dijo: "y verás que con el tiempo, esto te va a gustar a ti".
Para mí, el triunfo de la revolución significó reunirme con mis abuelos y tías. Fue muy bueno estar de vuelta en Nicaragua, en una casa con condiciones físicas muy diferentes a los que me tenían con anterioridad, era como tener un mundo de juguetes. La nueva casa parecía prometer un ambiente de familia. Nunca he visto antes en un corazón lleno, es decir, hombres, mujeres, niños. Yo estaba con la esperanza de estar cerca de mi madre y que tal vez la situación cambiaría en relación con ella. Pensé que al fin habría un nuevo amor y la vida, no habría secretos ni misterios, estar sin correr o sin silencios.
Esto para cualquier niña pudo haber sido una fuente de buenas noticias, pero mis temores estaban latentes. Unas semanas más tarde, de nuevo volvió a rondar el fantasma por mi habitación con sus gruesas gafas, él continuó con su masturbación. A la edad de 12 años que entonces había persistido las sensaciones de escalofríos, náuseas y temblores.
Como mecanismo de defensa hacia mi agresor, recurrí a inventar historias por temor a no dormir sola. En realidad es que sufría de mucho miedo, las noches para mí se transformaron en algo contra mi voluntad, cada vez que se acercaba a mí, en un ambiente de oscuridad y desesperación. Que tenía que estar acompañada, ya no soportaba estar sola, pero mi madre insistió en que debía acostumbrase uno a dormir solo.
La verdad es que cuando compartía la habitación con mi hermano Rafael logré evitar el acoso, que se mantuvo todo el tiempo con sus manejos; de mí, yo permanecía dormida en un vano de la cama, para permanecer inmóvil boca abajo, buscando protegerme a mí misma, así que aprendí a dormir en esta posición. Dormía con las manos debajo de mi cuerpo, que cubre mi vagina, y pensé que su manejo no me haría daño. Pensé que al mostrarme ante él inconsciente, no me obligaría a cualquier otra cosa. El miedo me llevó a encontrar esta manera de protegerme sin riesgos, enfrentar lo que yo tenía: mucho pánico.
Un día, a medida que avanzaban sus abusos, perversamente me indicó que yo me movía, que si me sentía bien. "Te gusta, en realidad ", me dijo, mientras yo permanecía en absoluto silencio sin tener fuerzas para gritar o llamar a mi mamá. El miedo no me dejaba, y sentía sequedad en la garganta, junto con temblores. Su contacto me transmitía intensos fríos e incomodidad, por el disgusto que me provocaba, y me sentía sucia, muy sucia.
En aquellos años fue que comencé a bañarme muchas veces durante el día para lavar la suciedad, repelía sus manejos y su toque descarado.
Más tarde, las noches no era suficiente. Él calculaba las horas de mi tiempo libre, y cuando estaba sola en la casa, para atacarme. Después del almuerzo, cuando mi madre regresa a su oficina y en el impasse de la llegada de la universidad de mi hermano Rafael, que siempre llegaba demasiado tarde. Él sin dudarlo entró en el área donde yo hacía mis siestas, en el sofá delante del televisor, por lo que se acercó a tocar mis pechos, y con afán de impedir cualquier intento de escapar de mi parte.
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En mi decimotercer año (1980), significó el aumento de sus llegadas a la casa en horas que yo era muy accesible y su pareja, mi mamá, estaba en el trabajo y mi hermano Rafael en el colegio (y hubo un tiempo en que él estudió en Cuba). Un día cuando llegó, con el pretexto de descansar, cerró la casa, que por su diseño arquitectónico me dejaba totalmente incomunicada y sin poder ir a las niñeras que cuidaban de mí, ni con los hermanos menores en el interior.
Daniel Ortega tenía su momento adecuado para que coincidiera conmigo por horas, cuando la casa estaba sola. Para este período, sus acciones siempre se consumaban cuando yo estaba dormida, para que mi despertar no me dejase escapar. Y se me sentaba en la cabeza con las piernas y los brazos en el borde del sofá. Dormido, que se convertía en un bueno. Siempre me despertaba fríamente en sus manos, en un estado irracional de estimulación que le puede llegar fácilmente, sin abordar ninguna de mis afirmaciones en contra.
En una ocasión que recuerdo muy bien, mientras yo dormía en el sofá y al despertar, fue viendo un video pornográfico sin importarle mi edad y mi condición de hija de su vida. En varias ocasiones la revista Playboy me mostró, y que yo rechacé, pero me obligó a hacerlo bien lo que él quería.
Un día me mostró que trató de utilizar un vibrador, pero no funcionó. Él siempre intentó despertar en mí cierto tipo de sensación y el placer, intentó pervertirme y me hizo objeto de su depravación y la manipulación de mi cuerpo de niña en la transición a la adolescencia. Trató de explotar mi sexualidad incipiente a fin de satisfacer sus instintos sexuales y vicios. Por mi parte, siempre se encontraron con la resistencia, la negación, repulsión, asco y escalofríos.
Sentí miedo de este hombre, él era el compañero de mi mamá, mi supuesto papá, que siempre me trajo más cerca a una intención sexual, yo tenía mucho miedo y no encontrar a nadie a quien confiar lo que me estaba pasando. Mi madre no creo que fuera ese alguien, a pesar de algunos intentos que yo siento que hice entonces, me faltaba valor, la confianza y el afecto de su parte.
Como parte de mi vuelo en el interior de aquella casa, me iba a dormir al cuarto de los trabajadores domésticos, y aunque habían subido varias veces a buscarme para hacerme regresar a su autoridad, a mi cuarto.
Mis primeros problemas de salud comenzaron con náuseas, vómitos que hasta ahora no tenían ninguna explicación, pero que con el tiempo se complicaron. Pero su insistencia y acoso continuó, nunca se detuvo, por el contrario, avanzó a establecer control en mis actividades personales, haciendo constantes llamadas telefónicas para averiguar si había regresado ya de la universidad, o si yo estaba en casa, ya que según él debe ser. Desde entonces, empecé a sentirme muy vigilada y controlada por él. Y sus manejos no fueron sólo durante mi baño, mi cuerpo para su manejo, y su insinuación sexual sistemática. Ahora era el control sobre mí.
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